jueves, 25 de mayo de 2006

Carta de Benedicto XVI al Prepósito General de la Compañía de Jesús


La actualidad y la validez permanente de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
En el cincuenta aniversario de la Encíclica “Haurietis Aquas”, de Pío XII



En el mes de enero de este año, 2006, el Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona publicaba una “Novena al Sagrado Corazón de Jesús” escrita por mí. Mi intención al escribir ese pequeño libro era doble: Por una parte, mostrar la actualidad de un género de literatura de devoción – las “Novenas” - , que permiten transmitir al pueblo fiel, de un modo asequible, elementos y contenidos de la fe y de la vida cristiana. De un modo asequible no significa de modo superficial, pues se puede intentar comunicar verdades sólidas con un lenguaje no reservado únicamente a los expertos. Pero además de ese afán divulgador, me movía una segunda razón: La convicción de que el culto al Sagrado Corazón de Jesús incide en un aspecto esencial de la fe cristiana; el amor de Dios manifestado en la entrega de Jesucristo en la Cruz, en su Corazón traspasado. En cuatro meses, la “Novena al Sagrado Corazón de Jesús” se ha agotado y el centro de Pastoral Litúrgica prepara una segunda edición. He de decir, en honor a la verdad, que muchas otras editoriales, cuando les ofrecí el original, me contestaron diciendo que este tipo de escritos no tenían cabida en su catálogo.
Hoy, al abrir la página web de la Santa Sede (vatican.va), me encuentro con una agradable sorpresa: El Papa Benedicto XVI ha dirigido una Carta al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, “con ocasión del 50º aniversario de la Encíclica Haurietis aquas con la cual se promovía el culto al Corazón de Jesús”. En la carta de Benedicto XVI, una encíclica de Pío XII, de hace cincuenta años, la Haurietis aquas, es leída, y actualizada, con ayuda de otra encíclica, la Deus caritas est. La continuidad es perfecta. Entre una encíclica y otra se menciona la Carta de Juan Pablo II, entregada al P. Kolvenbach en Paray le Monial, en 1986. En este texto afirmaba Juan Pablo II: “Junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el sentido verdadero y único de la vida y del propio destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a guardarse de ciertas perversiones del corazón, a unir el amor filial hacia Dios al amor al prójimo. Así – y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador – sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, podrá ser edificada la civilización del Corazón de Cristo”.
Para Benedicto XVI, profundizar la relación con el Corazón de Jesús sigue siendo para los cristianos “una tarea siempre actual”, en orden a “reavivar en sí mismos la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo siempre mejor en la propia vida”. Cuatro verbos marcan el dinamismo de esta acogida: conocer, experimentar, vivir y testimoniar.
“Conocer” el amor de Dios, que se manifiesta en la Cruz de su Hijo, no hace referencia solamente al contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús, sino que apunta “al contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana”. “Experimentar” el amor de Dios rebasa el ámbito del conocimiento, para adentrarse en la experiencia personal de dejarse modelar por ese amor gratuito. “Vivir” y “testimoniar” el amor de Dios equivale a responder a una llamada, que nos mueve a estar “más disponibles a una vida para los otros”.
En resumen, para Benedicto XVI, como para sus predecesores, la mirada al Corazón traspasado del Redentor “no puede ser considerado como una forma pasajera de culto o devoción”, sino que resulta “imprescindible para una relación viva con Dios”.


Guillermo Juan Morado.

¿QUIÉN NECESITA A QUIÉN?


La Historia es la maestra de la vida, dice el aforismo tan conocido. Aunque para muchos este aforismo no es válido, pues no escarmientan hasta que no lo sufren en su propia piel.
Hoy en España tenemos un gobierno que tiene tanto de laicista como de laico y que se enfrenta a la Iglesia en España. Y uno de los puntos calientes es si el Estado ha de mantener a la Iglesia o ha de marginarla y anularla. Tentación golosa para algunos, tentación que ciega al hombre fanático sin fe.
La Historia nos da pruebas abundantes. La nación judía fue el primer enemigo que tuvo el naciente cristianismo; pero desapareció del mapa la nación judía por veinte siglos, mientras el cristianismo se expandía por el mundo conocido de entonces.
El poderoso Imperio Romano se propuso ahogar en sangre al cristianismo que crecía en sus entrañas. El Imperio que parecía eterno se hundió y tuvo que echarse en brazos del cristianismo a quien tan ferozmente había perseguido.
Las dinastías sacralizadas europeas han desaparecido prácticamente y el Cristianismo permanece y crece en el mundo.
La Rusia comunista perseguidora a muerte de todo lo que sonara a cristiano, se deshojó como una flor seca y el Cristianismo permanece y se arraiga de nuevo.
En la inmensa nación China, enemiga de lo cristiano, se convierten diariamente a la fe en Cristo 150.000 personas.
Hay una invasión secularizadora y nihilista que ya está contemplando el nacimiento de una nueva espiritualidad. Es imposible apagar la necesidad congénita que el hombre tiene de la divinidad. El que puede ser el próximo Presidente de la laica y laicista Francia ha hablado estos días de que hay que apoyar a la religión porque hace una función moralizadora y social imprescindibles y porque satisface las ansias y necesidades espirituales del corazón humano.
La prosperidad auténtica y duradera de un país depende del grado de moralidad que asume; nadie como las religiones propagan y fortalecen la moral de los ciudadanos y de las instituciones. Como decía Balmes: "No es la política la que ha de salvar a la Religión, antes bien, la Religión ha de salvar a la política".
Humildemente tenemos que reconocer los creyentes, la Iglesia, que cumplimos nuestra misión bastante deficitariamente y que demasiadas veces ha abusado de su poder, lo que ha despertado en contra reacciones viscerales de los poderes civiles que se han sentido sometidos ilegítimamente. A lo que hay que añadir no pocos errores, incluso en lo moral, que han sido un impedimento rocoso para el progreso de la humanidad o para la felicidad del ciudadano. La Iglesia necesita urgentemente volver a sus orígenes para transmitir los auténticos valores evangélicos y no enredarse en aspectos más secundarios o desviadores de lo esencial. Valores evangélicos que hacen feliz y agente de felicidad a quien los vive y tiene poder para crear una humanidad en bienestar y paz, en fraternidad y felicidad.
MATÍAS CASTAÑO, SACERDOTE DIOCESANO

De las fuentes y la Fuente (I).


La propuesta de la fe a los jóvenes en el actual contexto socio-cultural es un reto, y un "sufrimiento" entre los pastores y los evangelizadores de la Iglesia. Aunque no vamos a entrar en ello, basta leer el estudio de la Fundación Santa María, o de sus comentaristas para darnos cuenta del momento en el que vivimos. Por todo esto las preguntas son constantes, y a veces con angustia y derrotismo: ¿cómo evangelizar a los jóvenes? ¿cómo dialogar con ellos? ¿Cuál es la novedad de su vida y su cultura?. ¡No los entiendo!, decimos, y queremos pasarle la tarea a otros.
"Ser uno mismo", es la reivindicación primordial del joven de hoy. Por eso, dicen ellos, no quiero adoctrinamiento, ni alistamiento en ninguna institución. "Yo" experimento, "yo" descubro el sentido de la vida. Nos encontramos ante un hombre autónomo, puesto en pie; formado por el mas puro pensamiento científico-técnico, donde todo tiene que ser valorado "por mi mismo", mis sensaciones y demostraciones puramente personales.
Los Medios de comunicación fomentan este empirismo cultural, mostrando verdades de comportamiento, ante la evidencia de la mayoría o del bienestar que prometen. Son la cadena más fuerte de transmisión de valores culturales, actitudes éticas, formas de vida. Estamos ante un paso nuevo de la historia.
Ante este joven, insisto, puesto en pie, toda la cadena de la transmisión de la fe ha caído estrepitosamente. "No quiero mas rollos", dicen. Hasta ahora, mas o menos, todo "el conocimiento y experiencia de la fe" había sido transmitida, como por un oleaje cultural interrumpido, encadenándose de edad en edad (infancia, infancia adulta, preadolescencia, adolescencia, juventud, etc, etc.); como una herencia cultural sabida y vivida en el diario funcionamiento de la familia, la escuela, la parroquia, y la sociedad. Esto ha saltado por los aires, en su gran mayoría. ¡"Qué aburrimiento"!, dicen sin enfadarse, y no vuelven. Alguna vez protestan y escriben en las paredes del templo o de la casa parroquial: "la mejor iglesia es la que arde". Y en parte, es verdad; no lo de quemar templos, sino, ¿no se nos han quedado todas "las fichas catequéticas" amarillas, repetitivas y usadas? El "acueducto pastoral" del proceso continuo no lleva agua, se nos ha acabado; o está a punto de acabar con algunos encomiables y generosos catequistas que ya no saben que hacer con los muchachos/as. No estoy diciendo que no sea necesario un itinerario de catequesis. Estamos ante un paso nuevo de la Catequesis.
Son muchas las preguntas que hoy surgen entre nosotros. Las resumiremos en dos: ¿son distintos o peores los jóvenes de hoy? ¿qué hacer pastoralmente con ellos? Comenzamos por la primera. Ni son peores, ni son distintos en lo fundamental. A ver, ¿qué joven de cualquier tiempo no se pregunta por el amor, la libertad o la alegría? o ¿por el dolor, la muerte, el sentido de la historia; el sinsentido del hambre o el mal? ¿o por Dios?. Ninguno. Estas preguntas están sembradas en el corazón humano, no por nadie, sino por el mismo Creador que nos creó a imagen del Hijo. En el interior de todo joven, de todos los tiempos, hay una fuente (con minúscula) de búsqueda de lo infinito. Que buscan caminos falsos...que muchos se aprovechan "comercialmente" de esta búsqueda...que deliberadamente ellos, a veces, no quieren saber nada...cierto. Pero buscan esto apasionadamente. Quieren salir del círculo de la "razón instrumental" que como en una jaula de hierro les aprisiona la enseñanza puramente técnica que reciben; de la rigidez de la competitividad laboral que el mercado, dios intocable, les enseña; de los "rayados" sermones de quienes no los practican. Es verdad, que alguna vez se dejan domesticar. Pero huyen. A otra jaula, esta de goma, mas flexible...; la del ocio, la de la noche joven..., el éxtasis del sexo, el botellón...el vértigo de la velocidad, de las "experiencias fuertes"; buscan el oxígeno de la naturaleza. No paran. Buscan fuera de si.
Tomás Durán Sánchez.
Delegado Diocesano de Pastoral de la Juventud.

lunes, 22 de mayo de 2006

Cómo reconocer a un cristiano


¿Pasaríamos por bichos raros en este mundo? Probablemente.
En los inicios de nuestra fe, cuando éramos unos pocos, los demás sabían reconocernos.
Podían hacerlo con mucha facilidad.
Éramos como una antorcha que iba iluminando la oscuridad, un mar de esperanza en el que muchos querían navegar. Bastaba vernos para saber que seguíamos a Jesús. Teníamos un sello característico: El Amor.
A menudo pienso en ello y en estas palabras de Jesús: “Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan. Al que te golpea una mejilla, preséntale también la otra. Al que te arrebata el manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo no se lo reclames”. (Lc 6, 27-30)
Leí la vida de un santo sacerdote al que asaltaron cruzando un bosque:
“danos todo lo que tienes”.
Y el santo vació sus bolsillos.
Cuando se marchaban, el santo les llamó:
“Esperen. Encontré otra moneda y no deseo mentir”.
Conmovidos por este gesto, los ladrones se arrodillaron ante el sacerdote, pidiéndole perdón. Le devolvieron todo y le prometieron en adelante cambiar.
Recuerdo un amigo que una vez dijo: “En mi corazón hay un sello. Y ese sello dice: Jesús”
Este es el distintivo que debe identificar a cada cristiano. Tener a Jesús en el corazón y el alma.
Por algún motivo, pasé la mañana de ayer pensando en esto: Si Jesús regresara hoy, ¿cómo reconocería a los suyos? ¿Qué nos diferencia?
Fui a misa por la tarde, con mi familia, y el sacerdote habló de ello. Fue increíble. Dios siempre sale al paso y te muestra el camino. Me encantan estas coincidencias suyas. Dos cosas me impresionaron: “Hasta en la forma de caminar se debe reconocer a un cristiano” “El cristiano siempre está a la escucha de Dios”
Durante la comunión, el coro cantó una canción a la que no le prestaba atención. De pronto escuché con detenimiento, como cuando te hablan de frente: “Si yo no tengo amor, nada soy”. Al llegar a la casa busqué la carta de San Pablo a los corintios. Cambié una palabra: “amor”, por “cristiano”. Y leí entonces: “El cristiano es paciente y muestra comprensión. El cristiano no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad”.
Comprendí lo que nos diferencia: "El amor”.
La Madre Teresa tenía la clave que faltaba en mi búsqueda.
¿Por qué hacen estas cosas?, le preguntaron una vez.
Y ella, con gran serenidad respondió: “Lo hacemos por Jesús”
Claudio De Castro

Ofertorio


En esas horas íntimas de gran recogimiento, -como dice Villaespesa- , cuando podemos escucharnos y volar como una mariposa sobre los labios de luna, suelo echar las redes del verso a la tierra más próxima, vayamos que se muera de soledad mi vecino y no me entere, para escribir lo que se cuece por dentro. Me gusta sentir lo que el huerto de la vida solloza por sus caracolas. Y escribir a corazón abierto, porque la libertad es eso. La falta de solidaridad y cooperación me pone de los nervios. Resulta bochornoso tragarse políticas de corte individualista, que no reparan en la injusta repartición de las riquezas y que conciben al hombre como individuo autosuficiente, inclinado a la satisfacción de su interés propio ¿Dónde están las políticas de corte familiar o de corte solidario? Yo no las veo por ningún sitio. Como tampoco veo la construcción y defensa de una vida más humana. Un ejemplo, sacado de una noticia, puede servirnos como fundamento. Lo importante no es si Zapatero comunicará en junio el comienzo del proceso de diálogo con ETA, lo fundamental es que el terror no siga deshumanizándonos, destruyéndonos, llevándonos al terreno de la selva. Lo vital es el valor de la vida.

En nuestra España, los aires afligidos, los del boca a boca, ya no vienen de los amantes al no ser correspondidos por la dama, vienen de los líos de familias endeudadas como nunca, de habitaciones separadas, o de familias unidas a las que se les resta derechos ancestrales. Comprendo que Benedicto XVI al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de España ante la Santa Sede, dijese sin titubeos que no se pueden pisar derechos esenciales como: nacer, formar y vivir en familia. Al Papa debió llegarle el humo de las voces desencantadas, la queja de amores descorazonados, y puso el dedo en la llaga. No se cortó un ápice y censuró con dureza la política educativa y familiar del Gobierno. Que es de una insolidaridad manifiesta, en mi opinión. El olfato de Benedicto XVI es de una lucidez grande y de una buena sintonía con el pueblo, que a estas alturas del desconcierto ya no sabemos si es el de Dios o el de ZP. Lo digo porque aumentan los alejados, mientras Zapatero suma votos. Claro está, humanos somos, la cruz es más difícil de llevarla que subirse al carro del poder para sentirnos dioses.

Se han perdido tantas almas en cancioneros agresivos (los quemados de la política, los quemados de la economía, los quemados de la vida…) que lo transparente en España no se lleva, salvo en la moda femenina, porque seguimos igual de machistas que siempre. Los vínculos del amor para toda la vida, aquellos que fueron clara pureza, los hemos convertido, de la noche a la mañana, en sequedales que ahogan el manantial de los días. Ahora, del amor al odio, hay menos que un paso. Las calles en la tierra madre, o sea en la madre España, queman como brasas efervescentes por doquier. El deseo de vengar la injuria se da en todas las estaciones del año. La propensión a sentir o expresar ira es moneda de cambio. El espíritu de negación llevado hasta el furor es cátedra. Al final, los que más pagan este calvario son los teleniños, que son los niños que han sustituido a sus padres por un electrodoméstico que genera violencia y sexo a raudales. Es la mejor manera de convertir a un niño en delincuente, lo sabemos y lo saben las instituciones, pero lo consentimos, se consiente que el niño duerma con la tele. Los efectos ahí están. Las detenciones de menores por asesinato y homicidio van en aumento; y la solución, pienso, que no será endurecer las penas, sino cambiarlo de atmósfera familiar.

Convendría reflexionar sobre violencias sembradas por los adultos a los niños, en ocasiones para la afirmación del propio poder. Si en el mundo animal rige la ley del más fuerte parece como que el ser humano quisiera destruir su propio orden, olvidase su inteligencia en el baúl de los recuerdos y diese rienda suelta al espanto. El tiempo actual es un tiempo que se mueve por instintos y esto es muy peligroso. Hace falta que la ética, esas tablas de la ley humana que hemos dejado de sentir fascinación por ellas, ajuste el humano reloj que llevamos dentro y ponga cada cosa en su sitio, sin confusiones ni laberintos, antes de que nos plante cara el universo con sus fenómenos devastadores.
Dicho sea de paso, aunque España es el líder europeo en diversidad biológica, me inquieta que padezcamos alteraciones en el ecosistema mediterráneo, en zonas de montaña como Sierra Morena, Montes de Toledo y Sierra de San Pedro, donde se refugian algunas de las especies en mayor peligro de extinción. Igual que me perturba, por su incoherencia, lanzarse como autores de la alianza de las civilizaciones y que se pongan más bien escasas políticas de carácter asistencial y de promoción e integración social. Tanto a los que vienen de afuera como a los que ya están dentro. Queremos ser líderes, pues seámoslo de verdad, la naturaleza nos ha donado serlo de la variedad biológica, quizás esa mismo universo quiera que también lo seamos de la pluralidad cultural, pero sino ponemos en práctica el don de la acogida y el del reparto, habrá bolsas de pobreza en creciente y aumentará el desorden.
Los desórdenes, aunque pueden potenciar la imaginación, prefiero el placer de la razón ante el orden. Además, haciendo gala del título de la columna, siempre ha sido propicio el ofertorio para mostrar gestos tangibles de caridad. Nosotros somos la propia ofrenda, y como el noble estímulo del beso, no estaría demás esforzarse en poner la esperanza en la boca. Iniciativas, como por ejemplo: “El mundo en marcha contra el hambre” (Walk the World), sugerida por el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas, es un buen testimonio. Se busca sensibilizar a los gobiernos y a la opinión pública sobre la necesidad de una acción concreta y oportuna para garantizar a todos, en particular a los niños, la libertad del hambre. Pues sigamos con otras iniciativas, yo propongo esta: España en marcha a favor de España. Esto es barrer para casa. Pero es que la casa está, mangas por hombro.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

“Esto os mando”


El Diccionario de la Real Academia Española define el amor, en una de sus acepciones, como el “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Así entendido, el amor es un sentimiento, un estado afectivo del ánimo.

Sin embargo, si nos atenemos a la enseñanza de la Escritura, el amor es más que un estado de ánimo. San Juan, en su primera carta, nos dice no solamente que “el amor es de Dios”, sino que “Dios es amor”. El amor no pertenece entonces únicamente a la esfera del sentir, sino a la esfera del ser, de la esencia, de aquello que constituye últimamente la naturaleza de las cosas. Los estados de ánimo son pasajeros; el ser es permanente.

Jesús, en el Evangelio, pide a los suyos un amor permanente: “permaneced en mi amor”; es decir, sed perseverantes en el amor (cf Juan 15, 9-17). Y el modelo de este amor perseverante es el amor con que el Padre ama a Jesús, y el mismo amor con el que Jesús nos ama. El verdadero amor es, pues, el amor divino, el amor que Dios mismo es. Permanecer en el amor equivale, por consiguiente, a participar en la comunicación de amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Permanecer en el amor es ir más allá de los sentimientos mutables para entrar en el ser eterno de Dios. No podemos amar como Dios ama, sino somos como Dios es, si de algún modo no nos “endiosamos”.

¿Cómo es posible al hombre amar como Dios ama? ¿Cómo puede el hombre “ser como Dios”? ¿Acaso no era ésa – “ser como Dios” – la promesa seductora del Diablo en el Jardín del Edén? El hombre puede emprender el camino de ser como Dios “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (San Máximo Confesor). Pero este esfuerzo titánico de ser como Dios sin Dios está condenado al fracaso; lleva al temor y a la desconfianza: el hombre comienza a desconfiar de Dios, en quien ve a un rival, y a desconfiar del otro, en quien ve a un enemigo. Cuando el hombre quiere ser como Dios sin Dios, el amor se ve continuamente amenazado y fácilmente se convierte sólo en deseo y en dominio. El amor ya no es entonces lo que une, sino lo que separa. Un amor sin Dios, es un amor contra el hombre; es un amor que ya no es amor.

Es quizá esta dificultad del amor una de las vías que nos hacen experimentar la necesidad de la redención. Sin Dios, nuestro amor es tan frágil, tan quebradizo, tan inestable, tan poco amor, que nos hace anhelar que Dios mismo lo restaure, lo asuma en sí y lo transforme. Este anhelo se convierte en la Escritura en anuncio. En Jesucristo, el amor de Dios se ha hecho amor humano, redimiendo el amor humano, haciéndolo divino, dándole permanencia, haciéndolo incluso más fuerte que la muerte: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados” (cf 1 Juan 4, 7-10). Dios nos ha amado en Jesucristo, quien dando la vida en la Cruz nos ha convertido de enemigos en amigos: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

Este amor de Dios, manifestado en Cristo, se convierte en “nuestro” amor por el envío del Espíritu Santo. El amor no es un mandato exterior, una imposición venida de fuera, sino una ley interior, un mandamiento nuevo que, con la fuerza del Espíritu, pueden cumplir los hombres nuevos, los que viven en Cristo, los que, en Él, son por la gracia hijos del Padre. Por el envío de Jesucristo y del Espíritu Santo el hombre puede “ser como Dios”, y puede amar en conformidad con lo que es; amar como Dios ama.

La Eucaristía obra esta continua transformación, esta incorporación permanente de nosotros en Dios, esta elección divina que nos destina a dar fruto, cumpliendo el mandato de Jesús: “Esto os mando: que os améis unos a otros”.

Guillermo Juan Morado.

La aureola de doña maldad


La diadema de maldades nos destruye como seres humanos. Tiempo al tiempo. El origen de esta corona voraz es siempre lo mismo, el odio, el egoísmo, el culto de sí mismos, querer ser el centro de todo, dominar cuanto más mejor. La perversidad ha tomado posiciones de privilegio que nos confunden. La desorientación está a la orden del día, porque los poderes también han enfermado con divisiones, con pocas credibilidades y falta de autoridad. Se contradice la justicia que, para colmo de angustias, es incapaz de hacer justicia social. Se esconde la libertad por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. El que se mueva no sale en la foto, dijo un político de los de verbo presente. El grito de la muchedumbre no deja oír a la conciencia. Y así, el rumbo de la murmuración, que es perversa; gobierna a sus anchas. El reinado de la discordia ha crecido. Las querellas por calumnias e injurias se han multiplicado. Cuando los dirigentes de un país revierten todas sus energías en cuestiones de cotilleo para no perder votos, la malicia no puede cosechar otra cosa que inmoralidades y fracasos.

Me parece de una inmoralidad, y un verdadero desengaño para los demócratas, la riada de corrupciones que se alistan a diario en el cauce de nuestra existencia. Ya lo dijo el excelso filósofo José Antonio Marina: El listillo es un peligro público. Su obtusa maldad es para temerle. Nuestras sociedades son cada vez más complejas y conflictivas, con una creciente crisis de los valores, lo que acrecienta que los linces aprovechen la ocasión para hacer su verdadero agosto. A río revuelto, siempre se ha dicho, ganancia de pescadores. El adoquín de maldades nos ha tornado insolidarios. Comprometerse a vivir y a trabajar siempre los unos por los otros, y nunca los unos contra o en perjuicio de los otros, como manda la conciencia justa, es tan complicado como buscar una aguja en un pajar. Sería bueno que los políticos comenzasen por esta lección ejemplarizadora, a fin de purificar este podrido ambiente del que en parte ellos han putrificado con políticas más de negocio propio que de servicio a los demás.

También resulta corrupto, destructivo, egoísta y perverso, la moda de ciertos medios televisivos, con la gran influencia que tienen sobre los ciudadanos, ofreciendo heroicidad de galán o musa, a personas que se venden como lechugas en el mercado. Cuando se pierde la dignidad, todo es posible. La perversidad toma asiento. Mal augurio es acostumbrarse a recibir la aureola de doña maldad en cualquier esquina, en tribunas de postín o en ventanas que conviven con nuestras vidas como es la tele. Estos males sólo tienen un remedio, invertir en bondad sobre todo lo demás, porque sembrando el bien es la única manera de que se alimente la planta de la belleza y deje al descubierto el tronco insensato de doña maldad. Lo peor que hacen los malos – lo dijo Benavente- es obligarnos a dudar de los buenos. Ya me gustaría tener, para poder discernir la aureola de maldades, ese tipo de test que permite comprobar en menos de tres minutos a través de la transpiración o la orina en la ropa si el usuario de esa prenda ha consumido drogas. Todas las maldades huelen fatal, pero nuestro olfato está ya muy habituado a este tipo de respiraciones y respiraderos. Necesitamos una indulgencia.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net