viernes, 10 de marzo de 2006

El cordón umbilical de la Infanta Leonor y las células madre


En España se ha generado una considerable polémica al hacerse público que sangre del cordón umbilical de la Infanta Leonor fue enviada a un banco privado de células madre del cordón umbilical de Tucson, en los Estados Unidos (cf “ABC”, 27 de Febrero de 2006). Los Príncipes de Asturias habían aceptado una propuesta en este sentido hecha por la Clínica donde había nacido su hija; una propuesta que muchos otros padres también aceptan.

No nos interesa en este artículo entrar en el debate que enfrenta a quienes defienden la existencia de bancos privados de células madre procedentes de los cordones umbilicales contra quienes, por el contrario, defienden que esos bancos han de ser públicos.

Pero el tema es sugerente y se nos presenta como una ocasión para esclarecer, en la medida de lo posible, las implicaciones éticas del uso de las células madre.

Primeramente debemos decir qué son las llamadas “células madre”. Las “células madre” (o “stem cell”, “células estaminales”) son aquellas células progenitoras, auto-renovables, capaces de regenerar uno o más tipos celulares diferenciados. En palabras sencillas, se podría decir que una célula madre es aquella célula capaz de generar fácilmente otras células que podrían ser empleadas para regenerar tejidos. Muchas de las enfermedades humanas se producen por la degeneración y la muerte de los tejidos que forman el cuerpo; enfermedades de este tipo son, por ejemplo, las enfermedades degenerativas (diabetes juvenil, Parkinson, esclerosis múltiple, etc.). Si fuese posible regenerar esos tejidos, se avanzaría en la curación de esos males.

Existen dos tipos de células madre: las células madre “embrionarias” y las células madre de “adulto”. Las células madre “embrionarias” derivan de la masa celular interna del embrión humano, cuando el embrión tiene aún pocos días de vida. Las células madre de “adulto” derivan de tejidos humanos como la piel, el músculo cardíaco y esquelético, o de la sangre del cordón umbilical.

Existe un gran debate entre los científicos sobre la utilidad de ambos tipos de células madre. Se han logrado importantes éxitos en orden a la curación de infartos y de otras enfermedades con el uso de células madre de adulto, procedentes del mismo paciente. Hasta la fecha, no parece que las células madre embrionarias sean tan eficaces como las de adulto, porque las células madre embrionarias tienden a producir tumores en el organismo.

Desde el punto de vista ético, dejando a parte la cuestión de la eficacia, la valoración que se puede hacer del uso de las células madre es muy diversa, dependiendo de si se trata de células “embrionarias” o bien de células de “adulto”.

No hay, en principio, ninguna objeción ética al empleo de células madre de adulto. No va en contra de la ética utilizar las células procedentes de la sangre del cordón umbilical, o de la piel, pongamos por caso, para curar una enfermedad degenerativa.

Sí hay objeciones, y muy serias, al empleo de células madre “embrionarias”; es decir, extraídas del embrión humano. Si la obtención de esas células exige la destrucción del embrión humano, resulta evidente que este recurso es éticamente inadmisible. No es lícito matar a un embrión humano para obtener células que, hipotéticamente, podrían servir para curar enfermedades. Y la razón de ello es muy clara: La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el primer momento de la concepción. “Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida” (“Catecismo de la Iglesia Católica”, 2270). El embrión humano “debe ser tratado como una persona desde la concepción” y debe “ser defendido en su integridad”, como todo ser humano (cf “Catecismo de la Iglesia Católica”, 2274).

Un fin bueno - curar una enfermedad - no justifica un medio malo - matar a un ser humano en su etapa embrionaria de existencia - . Como tampoco sería aceptable matar a una persona adulta para curar a otra. La ciencia sin conciencia termina, a la larga, volviéndose contra el hombre. También en el campo de la Medicina tiene aplicación el quinto mandamiento: “¡No matarás!”.

Los Príncipes de Asturias no han atentado contra la vida por el hecho de permitir la conservación de sangre del cordón umbilical de su hija. Porque las células que podrían extraerse de esa sangre no son células embrionarias; es decir, no se ha tenido que matar a un embrión humano para obtenerlas. Por este motivo, los Obispos españoles han recordado, con ocasión de este debate, que la crioconservación (“congelación”) del cordón umbilical es una técnica que no presenta ninguna objeción moral (cf “La Razón”, 1 de Marzo de 2006).
Guillermo Juan Morado.
Para saber más:

http://www.fluvium.org/textos/vidahumana/vid43.htm

http://www.arvo.net/documento.asp?doc=0201d
http://www.arvo.net/documento.asp?doc=0201010201d

Víctimas del desamor


Los datos son escalofriantes y conmovedores. El mundo no puede permitir que los niños pierdan la sonrisa de la inocencia, se les explote y utilice. Unicef España denuncia que más de cincuenta millones de niños y niñas de todo el mundo carecen de identidad porque no se inscriben oficialmente y que otros ciento veintiún millones trabajan en condiciones peligrosas y con maquinaria poco segura en fábricas, minas y labores agrícolas. Una sociedad que no protege y ayuda a sus descendientes, la verdadera esperanza y el futuro, se desmorona en su propio terror. Esa si que es una verdadera y repugnante crisis de humanidad.
Volviendo los ojos a nuestro entorno más próximo, se han publicado también estudios, no menos alarmantes, sobre la inadaptación de hijos de padres separados, que no pueden conciliar el sueño ante sus aterradores miedos y espantosas preocupaciones. Únicamente en la familia el niño cuenta con la protección necesaria frente a una sociedad predadora que no busca el interés del niño. Cuando se rompe el vínculo matrimonial, los efectos pueden ser terribles para la parte que no tiene culpa alguna, el indefenso chaval al que se le viene el mundo encima. Debemos, pues, afrontar el hecho de que no sólo sufren abusos los niños de naciones decadentes, sino también niños criados en la opulencia. No son pocas las criaturas que lo tienen todo, menos el amor de sus padres, la saludable vida familiar. Hay que defender a los niños defendiendo a la familia.
El niño no puede ser moneda de cambio. Unos días con una familia. Otros días con otra. Y, en vacaciones, con los abuelos. ¿Dónde está la paternidad y maternidad responsables? En estos casos, el Estado debiera responder con diligencia. El caso de la orden para investigar las lesiones de la niña Alba que tardara diecisiete días en llegar a la Policía, es bochornoso. De total negligencia. En la misma línea de protección también debiera cuidarse al niño concebido y no nacido. El mundo tiene que apostar decididamente por favorecer una opción positiva en favor de la existencia humana y del desarrollo de una cultura orientada en este sentido, que asegure el amparo, defensa y auxilio de los más débiles. Siento pena del mundo. Porque el mundo me sabe a tristeza. Una vida sin niños alegres es una vida sin ternura. Como dijo Tágore: Cada niño que viene al mundo nos dice: “Dios aún espera del hombre”. Y con un poco de amor que le demos, -hagamos la prueba-, ganaremos un corazón.
Ya sabemos –porque así está escrito- que el niño tiene derecho a formar parte de una familia semejante a la familia natural, constituida por un hombre y una mujer; a crecer en un entorno que le permita el desarrollo de su personalidad física, intelectual y moral; a no ser discriminado ni sometido a experimentos traumáticos y a crecer en las mismas condiciones y con iguales oportunidades que el resto de sus compañeros que tienen un padre y una madre. Pues que se cumpla, se obedezca, se acate, se respete; y, aquel que lo quebrante que se recluya a leer los versos del conocido poeta Khalil Gibran: “Vuestros hijos no son vuestros hijos; son hijos e hijas del deseo mismo de vida; vienen a través de vosotros, pero no de vosotros, y, aunque están con vosotros, no os pertenecen”. El que quiera oír que oiga, dice la parábola.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

lunes, 6 de marzo de 2006

Si no hubiésemos ido


Con motivo de una misión en la que participé en Febrero de 2006, en la que ayudamos a una pareja de ancianos e hicimos algunas tareas comunitarias, escribí el siguiente poema:


Si no hubiésemos ido

¿Qué hubiese pasado si no hubiésemos ido?
Solo una palabra me viene a la cabeza y esta es nada.
Si no hubiésemos ido ahora seguirían rezando
Pero fuimos y rezan más todavía.

Los pies se mojan y las manos se juntan,
Ahora se agradece y se aplaude.
Un hito en la vida de ellos y un llamado de Dios,
Nuestra respuesta; nuestros esfuerzos y nuestro tiempo.

Mi diestra apostaría a que nos llevamos más de lo que dejamos.
Díganme lo contrario y se olvidarían de lo importante,
Somos nosotros los que crecimos y siempre permanecerá
En nosotros ese gustito que te queda en el paladar
Al ayudar, al compartir y al servir.

No nos pertenecimos por unos días pero por esos días
Fuimos todos de todos e instrumentos.
Solo tres paredes y diez postes, pero abramos los ojos
Y veamos, que para eso los tenemos, veamos que
Las tres paredes y los diez postes
Están grabados y manchados con nuestro sudor.

No me falle la memoria y el corazón,
Porque el Reino de Dios tiene tres paredes
Y diez postes más. Con el alma y sin la razón
Lo podemos ver mejor.

“El que tenga oídos, que oiga”, pero
el que tenga corazón, que lo regale.

Esteban Albiger

Contadores de historias


Somos contadores de historias, le oí que dijeron una vez los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén. Todos, en el fondo, somos cantautores de sílabas. Reconozco que me agradó el dicho y hasta lo interioricé. Habrá pasado el tiempo, pero este pensamiento lo tengo grabado en las entretelas. Hoy me sirve de titular para la historia que voy a conjugar. ¿Qué sería de la vida sin el alma de una canción? Para empezar, es el arte más natural, entra por el oído y va directo al corazón. Tengo, además, la conciencia de que nuestra vida mental es un argumento de sensaciones. La consecuencia que saco de todo ello, es que somos innatos contadores de leyendas. De hecho, también, los psiquiatras trabajan sobre historias que escuchan, evalúan y luego diagnostican.

Hay contadores que me gustan más que otros. Algunos me repelen. Pongamos la evidencia en el terreno gubernativo. La antología del disparate político se lleva la palma en la canción de los despropósitos. Unas veces, como chismes novelados, la política desentona. Otras, como un cuento de fábulas semánticas, el político de turno desafina. Cuando es una ficción encadenada a la habladuría, chirría. Cada cual se monta su historia y la recita a su manera. Rajoy dice que Zapatero es un presidente errático que carece de proyecto. Zapatero, que Rajoy y sus discípulos, enhebran viejas políticas y viejas falsedades. Cada loco con su tema y todos saliéndose por peteneras. Lo deseable sería hacer valer pentagramas que nos concierten y conduzcan a mejor historia de vida. Al fin y al cabo, la vida es una historia contada en presente que necesita armonizar momentos. Pongamos el abecedario justo.

Es por ello, que detesto a los manipuladores de lenguajes que implantan su música. En la misma línea, a los que imponen por decreto en BOE, sin propuesta alguna. Así no se pueden consensuar posturas. Si no hay consenso, se produce la absurda historia del enredo con la consabida inseguridad jurídica. Lo que hoy un legislativo aprueba, mañana otro lo desaprueba, nada más que se produzca la alternancia en el poder, tan propio de la democracia. En el mismo grado, censuro la chulería de cambiar modelos sociales y tradiciones a golpe de poder ¿Dónde hemos dejado las historias gozosas producidas por la ética democrática? El mundo entero tiene necesidad de contadores de historias en los que fiarse, que incluyan en su guión de vida puntos de referencia esenciales. No matar, no mentir, no robar ni codiciar los bienes ajenos, respetar la dignidad fundamental de la persona humana en sus dimensiones físicas y morales son principios intangibles, que obligan tanto a cada persona humana como a las diversas sociedades.

En las descripciones hay que tener mucho cuidado con las palabras que se entrelazan. Figúrense lo importante que son las frases en las historias de cada día, que la asociación del 11-M, afectados por el terrorismo, les gustaría que el Bosque de los Ausentes, tuviese otro nombre. “La ausencia es tan triste y tan dolorosa, y tiene unas connotaciones tan negativas, que le hicimos una sugerencia al alcalde: ponerle “Bosque del Recuerdo”, que etimológicamente significa pasar dos veces por el corazón”, indica Manjón. Nos conviene cuidar estos fondos para ganar comprensiones. Al menos hay que oír a quien nos habla. Es lo mínimo entre personas. Las tensiones, como las ausencias, pesan mucho. El recuerdo, sin embargo, –como apunta Manjón-, tiene ese perfume que sale de adentro, tan puro como el aliento del alma. Yo veo que no está mal purificar lo que se ha politizado, para desgracia de nuestra historia.

Cuando se pierden todas las medidas y todas las dimensiones humanas, la desorientación toma argumento y la angustia vital se apodera de la leyenda. Hay que ir de la fragmentación a la integración de los lenguajes. Siempre es más fácil y cómodo despreciar al próximo que preocuparse por él y asumir el reto de elevar su nivel de vida, o sea de integrarlo y no darle la espalda. La unidad en el guión siempre ha sido la causa del encumbramiento de unas naciones, así como la división lo ha sido del derrumbamiento de otras. Debemos, en consecuencia, redescubrir el gran valor de la unidad de argumentos, y sobre éste valor construir el futuro. Retomar el camino de la unidad humana, establecer vínculos entre lenguas, será la forma de enfrentar con éxito los retos que el proceso globalizador dicta como argumento.

Reconozco que me gustan los contadores de historias que concilian, aquellos que buscan siempre la justicia para sus argumentos vivientes, y que llevan consigo el impulso del amor, que va más allá de la misma rectitud. Es la sociedad humana la que hay que renovar con nuevos y regeneradoras pruebas. Todo ser humano, corazón y conciencia, es una historia a considerar. No cabe la exclusión. De ahí la importancia de las experiencias de vida en barrios marginales. Esas historias con final feliz, aparte de dejarnos un buen sabor de alma, contribuyen a que la versión se represente en diversos entornos con el posible efecto llamada que produce, a un desarrollo armónico que depende que las personas puedan realizarse como seres humanos y que la misma sociedad civil avance como un todo equilibrado donde se conjuga el bien individual y el colectivo. Estos ámbitos están fuertemente incardinados, hasta el punto que cuando uno se desequilibra, bien por exceso o por defecto, a todos nos afecta.

Los escenarios donde se producen las historias tienen también suma importancia. Y cuidado con las escenificaciones de los contadores de historias que pretenden darnos la vuelta en la visión, que olvidemos las raíces argumentales, permutándonos valores y creencias que sustentan nuestra unidad de convivencia y desarrollo, Mal desenlace tiene alimentar desconfianza y hostilidad o generar odios y venganzas. Esto es lo que hay que frenar. Debiéramos, todos a una como los de Fuenteovejuna, tener la convicción de que la humanidad ha de establecer un guión, donde la sinopsis esté más al servicio del hombre y permita a cada uno y a cada grupo, afirmar y cultivar su propia dignidad. Esa es la cuestión, en cuestión, en el contador de historias. Contar que la vida es una historia para vivirla y beberla compartida. No la destrocemos con historias de terror. Una historia de calma, por favor.
Víctor Corcoba Herrero
Corcoba@telefonica.net

domingo, 5 de marzo de 2006

El tiempo de Cuaresma


Toda esta vida es un camino
para un caminante sin vida.

Peregrinar por el cuerpo
para llegar al alma,
es darle amor a uno mismo.

Peregrinar por el alma
para llegar al cuerpo,
es donarle amor a los demás.

No hay valles oscuros,
sino miradas tristes.
No hay mundos en guerra,
sino guerra de mundos.

La pobreza más grande
es no conocer el verso
que nos lleva a Dios
y no reconocer la cruz
como flor de esperanza.

Para un caminante sin vida,
toda esta vida es un camino
que sólo tiene sentido
si la gratuidad es norma
y la ingenuidad corazón.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

“Progenitor A” y “Progenitor B” La realidad sustituida por el álgebra


El álgebra generaliza las operaciones aritméticas empleando números, letras y signos. Cada letra o signo representa simbólicamente un número u otra entidad matemática. Cuando alguno de los signos representa un valor desconocido se llama incógnita.

El álgebra ha entrado, por arte de nuestro Gobierno, en el Registro Civil. A cada infante se le asignará un “progenitor A” – una abstracción de la figura de padre – y un “progenitor B” – una abstracción de la figura de madre - . Supongo que cuando el niño sea el resultado de la ingeniería genética, y no se sepa quién es el padre ni la madre; bueno, perdón, el “progenitor A” y el “progenitor B”, se inscribirá como debido a un “progenitor X”. Nada más práctico que los términos generales, abstractos, algebraicos. Nada menos natural y menos humano.

La frialdad de los datos consignados en el Registro Civil constituyen un acta de una construcción quimérica que sustituye a la realidad. Ya nada es real; la verdadera realidad no es lo que es. No. La verdadera realidad es el simulacro abstracto, algebraico que, a golpe de mayoría, fabrica el Congreso de turno. Las leyes de la naturaleza son las leyes de los votos. Adiós a Newton, y a Aristóteles, y al mismo Einstein. Todo es más relativo que la misma relatividad.

“El hombre no tiene una naturaleza”, han decretado nuestros gobernantes. El hombre no tiene un patrimonio, una condición, que le venga dada por nacimiento. El hombre es construcción del Estado. Se le diseña, como quien diseña un nuevo tipo de automóvil, de casa o de carretera. Hasta hace poco la naturaleza, la condición nativa, constituía la plataforma a partir de la cual se desplegaba, con la ayuda de la libertad y de la cultura, el proyecto personal. Éramos lo que éramos, y a partir de lo que éramos nos esforzábamos, merced a la educación paciente y a las opciones libres, en llegar a ser lo que podíamos, y quizá debíamos, ser. Ahora no. Ahora no sabemos lo que somos ni, por consiguiente, lo que podremos ser.

El Parlamento pone nombre a las cosas. El Parlamento es Dios, pretende ser Dios. Él decide quién debe vivir o morir, quién es persona y quién es cosa. Él sabe cuándo comienza la vida y cuándo acaba. Él decide que los caducados términos de “padre” o de “madre”, de “esposo” o de “esposa”, de “hombre” y de “mujer”, abandonen la cesta de nuestro vocabulario porque – oráculo del Parlamento – constituyen un pesado lastre del que hay que desprenderse cuanto antes.

Busco en los cajones del armario de la habitación de mis padres, y encuentro el “Libro de Familia”, y descubro sorprendido que yo tuve aún padre y madre. ¡Qué antiguo soy! ¡Y qué suerte he tenido!

Guillermo Juan Morado