domingo, 4 de febrero de 2007

Cuando caemos



Qué dolor cuando caemos otra vez en ese mismo pecado.
Parece que nunca tendremos fuerzas para superarlo.
Yo, cada vez que caigo, me abrazo a la Misericordia Divina, y busco corriendo el perdón de Dios. Son noches de desvelo, de encuentro, en las que oro casi sin darme cuenta.
Luego, acudo a un sacerdote y me confieso.
Es lo mejor que puedes hacer. Renuevas tus esperanzas, tus alegrías y vuelves a sentir el abrazo de Dios, como una brisa fresca que te envuelve.
Con los años he aprendido a conocerlo. Y sé que es un padre amoroso y tierno. Ser papá de 4 hijos me ha ayudado a percibirlo más íntimamente.
Cuando mis hijos hacen una travesura, no han terminado de acercarse a mí y ya los he perdonado. Los papás perdonamos con tanta facilidad. ¿Y Dios? El salmo 102 lo describe a la perfección:

"Como un padre siente ternura por sus hijos,siente el Señor ternura por sus fieles;porque él conoce nuestra masa,se acuerda de que somos barro".

Hace algunos años, lo recuerdo bien, me encontraba en el confesionario. Estaba desanimado por haber ofendido a Dios. El buen sacerdote, con gran bondad me dijo algo que me acompaña cada día y me llena de ánimo, cuando más lo necesito:

“Santo no es el que nunca cae,
sino el que siempre se levanta”.

Por: Claudio de Castro

Los calentones


Esto de los calentones es un mal poema. El de la tierra parece que es algo irreversible. O sea, que hagamos lo que hagamos a los humanos, ni el planeta nos soporta. Hemos lanzado muchos gases endemoniados a las metáforas y la vida que, al fin y al cabo, es un poema para paladearlo, está que no puede más. Tiene todas las alergias habidas y por haber. Esta incivil e incivilizada era industrial se ha tragado el alma de la existencia. No hay informes que valgan, ni leyes que hagan justicia. Si se tienen, pero no se aplican.

Los baños de contaminación que soportamos dejan sin lenguaje poético a la naturaleza, tanto a la sideral como a la humana. Si no hay poesía, la estética se muere y el calor se aviva porque no tiene horizonte que le calme. Cuando se sobrepasan todas las líneas, por ejemplo la del verso y la palabra, vamos a la deriva. El hábitat nos viene alertando con sus golpes de calor y pocos mantos blancos, algo que necesitamos para limpiar los labios ennegrecidos por las heladas de los humos que nos diluvian hasta en los oídos.

El presidente del IPCC, Rajendra Pachauri, tras admitir que la certidumbre científica nunca puede ser total, insistió en que “ahora estamos mucho más seguros de la influencia humana en el cambio climático”; un cambio ya previsto por Melchor Gaspar de Jovellanos cuando dijo: “Amigo mío, la Naturaleza ha dado a cada hombre un estilo, como una fisonomía y un carácter. El hombre puede cultivarla, pulirla, mejorarla, pero cambiarla, no”. Es cierto, hemos perdido todas las cuestiones ecológicas y ganado, en cambio, todas las impurezas. Algunas veces por capricho, otras por locura, y siempre por querer ser el dios que todo lo puede.

Lo sensato serían las buenas relaciones. La relación entre el ser humano y el medio ambiente salta a la vista, debe ser de buenos modos y mejores modales para que la belleza espigue que es lo que, en realidad, nos da vida. La época moderna ha experimentado una capacidad tan destructora y destructiva que causa pánico hasta reconocerlo. El ambiente como negocio ha puesto en peligro el ambiente como vida. Se han roto todos los equilibrios, incluida la espiritualidad del silencio, y esto es un mal augurio. De tanto querer poder sobre la naturaleza, se han podado todos los esquejes rítmicos. Sólo ha interesado en las sociedades capitalistas, la explotación desenfrenada de una naturaleza que ya no puede más. Por ello, se me ocurre, que la humanidad de hoy, sólo tiene una solución, conjugar las capacidades científicas con las capacidades poéticas y la dimensión productiva con la dimensión ética. Cuando el ambiente pierde los ritmos del aire y las rimas del cielo, no hay belleza que aguante la estupidez.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

El cortejo del beso


Si el beso es una forma de entregarse,
y la mirada el fondo para amar;
el silencio es un estilo de hablar,
y soledad, la letra para darse.

Si el beso en los ojos es ya donarse,
si donarse es el más dulce cantar,
si cantar lo bello es entusiasmar,
esto si que es lo que es enamorarse.

El amor ha de tornarse poema,
poema que guarda ardoroso sueño,
como el árbol al despuntar la yema.

Amar es el más jubiloso empeño
de tomar la ventura como emblema,
de hacerse grande y volverse pequeño.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net