domingo, 4 de febrero de 2007

Cuando caemos



Qué dolor cuando caemos otra vez en ese mismo pecado.
Parece que nunca tendremos fuerzas para superarlo.
Yo, cada vez que caigo, me abrazo a la Misericordia Divina, y busco corriendo el perdón de Dios. Son noches de desvelo, de encuentro, en las que oro casi sin darme cuenta.
Luego, acudo a un sacerdote y me confieso.
Es lo mejor que puedes hacer. Renuevas tus esperanzas, tus alegrías y vuelves a sentir el abrazo de Dios, como una brisa fresca que te envuelve.
Con los años he aprendido a conocerlo. Y sé que es un padre amoroso y tierno. Ser papá de 4 hijos me ha ayudado a percibirlo más íntimamente.
Cuando mis hijos hacen una travesura, no han terminado de acercarse a mí y ya los he perdonado. Los papás perdonamos con tanta facilidad. ¿Y Dios? El salmo 102 lo describe a la perfección:

"Como un padre siente ternura por sus hijos,siente el Señor ternura por sus fieles;porque él conoce nuestra masa,se acuerda de que somos barro".

Hace algunos años, lo recuerdo bien, me encontraba en el confesionario. Estaba desanimado por haber ofendido a Dios. El buen sacerdote, con gran bondad me dijo algo que me acompaña cada día y me llena de ánimo, cuando más lo necesito:

“Santo no es el que nunca cae,
sino el que siempre se levanta”.

Por: Claudio de Castro