sábado, 1 de julio de 2006

Torturas bajo cuerda


Borrar la tortura del mapa de nuestras vidas, sea la que sea, siempre fue uno de los grandes retos, a pesar de que nunca se haya conseguido al cien por cien. El cultivo de la cultura de los derechos humanos aún está por cultivarse y crecer. Recientemente nos lo recordaba la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Loise Arbour, advirtiendo sobre los peligros de que los Estados todavía hagan excepciones indebidas a la prohibición de la tortura en algunos contextos, como pudiera ser la persona prisionera en la lucha antiterrorista. Esto nos parece un más que justo aviso y un buen consejo, para que nadie en el mundo tome la justicia por su mano. O el diente por diente. Lo de propinar dolores o sufrimientos graves, físicos o mentales, a bicho viviente como a persona, entiendo que carece de sentido común y de conciencia propia. Es algo impropio de humanos, más de salvajes que de mortales civilizados.

A pesar de tantos avances, la legión de torturadores en el mundo no decrece, todavía siguen ejerciendo su dominio y atropello. “La maté porque era mía y se fue con otro” –dice un asesino después de matar a su compañera. El mundo de los dominadores y de los dominados sigue instalado, tanto en la familia como en la sociedad. Los avasalladores, preponderantes y demás casta de fanáticos, se reproducen como cucarachas. Por ello, a mi juicio, hay motivos para la inquietud. Si el terrorismo emana terror porque atenta cruelmente contra la vida; no en menor medida, bajo cuerda y parabienes, también se vienen produciendo a diario una serie de tormentos y angustias en seres indefensos que convendría tomar más en consideración, puesto que destruyen solapadamente lo que es esencialmente humano, la dignidad de la persona, con su derecho a la verdad y a poder volar en conciencia como a cada cual le plazca, siempre que respete la libertad del vecino. Considero, pues, que el tema de las denuncias de torturas se le debiera prestar mayor atención; ya que es una de las formas más graves de violación de los Derechos Humanos. Recordar que un grito de protesta puede acabar con mil gritos de dolor. Nos hace falta acompañar a esas gentes que se tragan los dolores en silencio, con algo más que un abrazo.

Más allá de las barreras culturales o de las diferencias raciales, lingüísticas, religiosas e ideológicas que nos pueden separar, el ser humano debe plantarles cara a los nuevos sembradores que engatusan, acosan, persiguen y hostigan en doquier lugar; y, a poco que uno se deje, hasta le crucifican ¿Habrá mayor tortura que reducir la persona a una cosa, a un objeto de deseo sexual, que se puede comprar, vender, manipular, humillar o eliminar arbitrariamente? Como botón de prueba citaré la poderosa publicidad. Esa señora que nos deslumbra por sus encantos llevándonos al consumo indiscriminado. A consumir sexo, viajes, modas… Algo también debería hacer la opinión pública, pienso yo, para frenar las sugerencias engañosas de estos flamantes atormentadores que nos empapelan los buzones, los portales de los pisos y hasta las calles. Si a esto sumamos la humillación que sufren ciertas personas, víctimas de un sistema económico laboral, donde la desigualdad campea a sus anchas, ya no sólo tenemos la vista cansada de tanto reclamo, también el corazón herido de tanta manipulación. La tortura laboral es bien patente. Sólo hay que bucear por las crecidas bajas laborales a causa de trastornos psíquicos.

La exclusión sigue siendo otra de las torturas del momento actual. El plan estratégico de ciudadanía e integración, lanzado a bombo y platillo por el Ministro del ramo, podría ser una solución si se llevase a buen término lo de potenciar la cohesión social y la igualdad de derechos y deberes. Después de tantos desengaños, cuesta tener esperanza en ningún propósito. En la misma línea de desesperación, o sea de suplicio, se encuentra la violencia contra las mujeres que tampoco se consigue frenar. El aluvión de congojas te lo encuentras a dos pasos. Algunos llantos podrían tener solución, si esto de los torturadores, sobre todo aquellos verdugos que ejercen la tortura psíquica que tan en aumento va en los países del bienestar, que no del bien ser, se tomase más en serio y menos a chirigota.

No son pocas las personas, a veces en vecindad con nosotros, que malviven instalados en el miedo permanente, porque la tortura es un diario en sus vidas. Los métodos de terror son brutales. Hoy las armas se adquieren como rosquillas en un supermercado, mientras millares de personas llaman a todas las instancias e instituciones, para pedir consuelo y esperanza. Los medios urgentes y necesarios para aliviarles y librarles de su drama, suelen llegar tarde, mal o nunca, con la consabida decepción vergonzosa.

En una época en que todo el mundo alaba las garantías de las libertades, por desgracia los pobres son los que están entre rejas, unas veces en las cárceles que no deja de ser una tortura más, en vez de una rehabilitación social, y otras veces en las prisiones de la esclavitud, para poderse pagar un techo, donde poder hacer familia y vivir. Mientras tanto, la banca avisa o se frota las manos. No lo sé. Lo que si sé, es lo que todos sabemos. Que las familias españolas cada vez solicitan más créditos. Asuntos Sociales, ni responde ni se alarma. Pues servidor si cree que esto es una tortura más, porque a principio de mes los bancos se comen el sueldo. O sea que el escándalo, puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión. En el caso de la tortura, el escándalo ha sido provocado por el tanto tienes, tanto vales. Sobra todo lo demás.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

“¿Quién me ha tocado el manto?”

Comentando el episodio evangélico de la curación de la hemorroísa, San Agustín distingue entre “tocar” y “oprimir”.

La muchedumbre “oprime” a Jesús, lo “apretuja”, pero solamente aquella mujer, que padecía una enfermedad que la relegaba a la condición de impureza legal, le “toca”. El Señor, para asombro de los discípulos, percibe esta diferencia, al preguntar: “¿Quién me ha tocado el manto?”. Los discípulos reaccionan extrañados: “Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ‘¿quién me ha tocado?’” (cf Marcos 5, 21-43).

San Agustín identifica este “tocar” con “creer”. No basta con estar materialmente cerca de Jesús. Es necesario dar un paso más: Es preciso “tocarle”, creer en Él, reconocerlo como Señor y Salvador.

Un proceso de fe similar tiene lugar con Jairo, el jefe de la sinagoga. Si la hemorroísa ha de vencer las barreras de su condición de impura, el jefe de la sinagoga debe pasar por encima de su posición social para aproximarse al Señor y suplicarle: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”.

En ambos casos es la fe de estas personas y el poder que emana de Jesús lo que obra el milagro: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”, dice a la mujer. Y a Jairo le dice: “Basta que tengas fe”.

La fe es adhesión a la persona de Jesucristo. Es creer en Él, confiar en Él, abandonarse a Él. Supone la humildad de no confiar exclusivamente en uno mismo y la audacia de superar los obstáculos – reales o ficticios – que pueden separarnos del Señor.

La fe es, siempre, principio de vida, germen de la vida nueva de los que, por ella, han sido sanados y resucitados.

Por la fe en Jesús, el hombre supera el “imperio del Abismo” y el “veneno de la muerte” (cf Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-25), para llevar a su esplendor máximo su condición de imagen de Dios, llamado a la inmortalidad.

Cristo, con todo su poder, pasa en medio de nosotros, a nuestro lado. Debemos ir más allá de la rutina anónima de las masas que lo siguen por inercia y atrevernos a encontrarnos con Él cara a cara, “tocando” al menos el borde de su mando, creyendo en Él, para encontrar así la salud, la vida y la salvación.

Guillermo Juan Morado.

jueves, 29 de junio de 2006

Los 3 cumpleaños


Desde que nació Luis Felipe tenemos los cumpleaños acumulados.
Luis Felipe cumple cada 28 de junio, hoy celebramos sus 2 años.
José Miguel, el 1ro de julio
Y yo, el 3 de julio
Recuerdo cuando nació José Miguel. Teníamos una gran ilusión. Vida salió de hospiral el 3 de julio. Cuando iba entrando a la casa, con el bebé en sus manos, me lo entregó y me dijo: “Aquí tienes tu regalo de cumpleaños”. Y me dio un beso.
Fue un gran cumpleaños.
Hoy celebramos a Luis Felipe. Una batería humana que nunca se descarga. Un correcaminos, que no para de jugar por la casa.
Un papá que va a cumplir 49 años ¿cómo celebra a su hijo de 2 años, el de 15, la hija de 19 y el hijo de 20? Con agradecimiento. Al buen Dios que me concedió la gracia de ser papá nuevamente y de empezar a revivir la vida, a pesar de mis debilidades humanas.
José Miguel cumple el sábado 15 años. Me siento orgulloso y agradecido de él, no sólo porque es mi hijo, sino porque veo cómo se supera y va madurando. ¿Qué es lo que más admiro de José Miguel? Su energía inagotable. Su entusiasmo por el deporte. Y sobre todo, que reconoce con prontitud cuando algo está mal. Cuando cae, se levanta con prontitud.
A pesar que es sólo un muchacho, he aprendido mucho de él.
Yo, soy más lento para levantarme.
Suelo extender la mano como un menesteroso, esperando el paso de Dios, para que me levante.
En ocasiones le dejo todo, incluso mi vida, todo en sus manos.
Pienso mucho en los años que hemos vivido, en los que he sentido tan cercano a Dios. Cuidando de nosotros, como un Padre amoroso.
En estos días tan especiales para nuestra familia, ¿qué me gustaría pedirte? ¿Qué deseo de regalo?
Tus oraciones.
Para que el buen Dios nos bendiga y nos ayude a seguir, con fidelidad y alegría.
A mí, que sea un mejor padre para mis hijos. Esposo, para mi esposa Vida.
Hijo, para Dios mi Padre.
Y mis hijos, para que se acostumbren a ir siempre de la mano de su Padre celestial.

Gracias por este hermoso regalo.
Por: Claudio de Castro