sábado, 13 de enero de 2007

Un mundo al revés de la vida


No me gusta este mundo que camina sin conciencia, que se mueve al revés de la vida, violento hasta más no poder, que existe pero no vive, siempre inmerso en contradecir lo que es ley natural. Las reyertas están a la orden del día. Acostumbrados a convivir con la barbarie, ha dejado de ser esa noticia que nos pone en movimiento. Eso de morir acuchillado en cualquier esquina hay que frenarlo como sea. Creo que es más efectivo, en vez de tomar la calle que suele avivar el ojo por ojo y diente por diente, trabajar a destajo por la ecuanimidad y, con la entereza debida, utilizar los guantes de la verdad. Que la justicia ajusticie en autenticidad y deseche las manoplas de la mentira, es norma justa y ha de ser principio de acción. Por propia experiencia sabemos que cuando se entra en contradicción casi siempre se sale a guantazos.
Sigamos con los reveses. También el éxito suelen llevárselo los poderosos y el fracaso los débiles. Al contrario de lo que sucede en la vida, donde el agua es más fuerte que la roca; o, en el espacio de los sentimientos, donde el amor siempre es más fuerte que la violencia. Sería bueno que el dinero, el poder y la fama se utilizasen con menos codicia, orgullo y vanidad, y más como instrumentos reconstituyentes de utilidad social compartida y de bien común. En este sentido, sirva como ejemplo esperanzador y extensivo, el compromiso de once de las principales empresas españolas.
Las citadas sociedades han ideado una campaña de apoyo y difusión de los Objetivos del Milenio, como es erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad de los niños menores de cinco años, mejorar la salud materna, combatir el sida y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una asociación mundial, convirtiéndose así en el mayor esfuerzo de comunicación en este ámbito auspiciado por grupos empresariales y puesto al servicio de la ONU. Hay sudores que valen la pena, sobre todo cuando nuestros pasos sirven para dar vida a la vida.
Sería saludable para todos hacerle más caso al juez que todos llevamos dentro, al instinto que nos lleva a juzgarnos a la luz de las leyes morales. Parece como si cada día se incorporasen más gentes a la vida en plan egoísta, sin escuchar los latidos de la conciencia. Para mí, por ejemplo, no tienen corazón aquellos que dejan a los niños sin progenitores. Una fiebre nueva que se viene poniendo de moda. Sin embargo, la realidad nos dice que un creciente número de niños se pregunta ya quién puede ser su padre. A mi juicio, esta forma de concebir en busca de una propiedad más, me parece que es una verdadera salvajada propia de bestias y en absoluto ético.
En su lucha contra el individuo, la sociedad – dijo
William Somerset Maugham- tiene tres armas: ley, opinión pública y conciencia. Tantas veces la justicia no gobierna las palabras de la ley y la televisión mueve al borreguismo a la opinión pública, que nos queda sólo la conciencia para despertar a un mundo de esencias. La dicha de un corazón puro, si nos sirve como horizonte a conquistar, es la mayor de las alegrías. En suma, considero que instalarse en un mundo al revés de la vida es peor que una maldición. Más que nunca, seamos realistas, el amor no es un lujo, es una condición necesaria y urgente para la supervivencia de los seres humanos.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

miércoles, 10 de enero de 2007

Orden en libertad y justicia


La sensación de desorden que transmiten los agentes políticos y sociales españoles en los últimos días, a mi juicio en una falsa búsqueda de la paz, viene generando un clima de crispación que deberíamos evitarlo. Creo que lo que hace falta es poner orden, no hay otra manera de hacerlo que en libertad y justicia, sino queremos volver a viejas etapas, llamar a las cosas por su nombre, dejarse de ambigüedades, puesto que cualquier sociedad que aspire a ser justa, antes tiene que ser libre, lo que conlleva cerrar los pasos, con las únicas armas del derecho, a los que han seguido el camino de la amenaza y el chantaje para sembrar el terror.

Lo primero es que tenemos que volver al camino de lo cabal, lo que requiere gobernantes capaces de imponer sus decisiones y acciones, encaminadas a la desaparición de los sembradores de violencias. Si uno no encontrase sabiduría y fortaleza democrática suficiente para instaurar ese orden y esa seguridad a la que todos tenemos derecho, se debiera ser lo suficientemente caballero para bajarse del pedestal y dejar sitio para que otros tomasen la rienda. Para instaurar la paz hay que tener todos los apoyos habidos y por haber, para llegar al fondo del conflicto y poder resolverlo. Nadie sobra, todos somos necesarios.

Por una parte, ETA se reafirma en los objetivos recogidos en la declaración del 22 de marzo, por la que la organización armada declaraba un alto el fuego permanente de cara a impulsar un proceso democrático en Euskal Herria. Por otra, tras asumir el atentado de Barajas, expresa su voluntad de reforzar e impulsar el proceso, y reitera su “firme determinación de responder en la medida que persistan los ataques contra Euskal Herria”. A ETA no sólo hay que decirle que con las armas no se refuerza e impulsa ningún proceso en libertad, hay que hacerle ver y convencer que sólo, desde los resortes democráticos, es posible avanzar ¿De qué ataques contra Euskal Herria habla ETA si la más grave amenaza contra la paz es atentar cruelmente contra la vida humana y coartar la libertad de las personas?

En cualquier caso, no podemos ni debemos tampoco, seguir instalados en el ahora sí diálogo y cuando me canse dejo de dialogar, porque lo único que se genera en la sociedad es más miedo y más odio, extendiéndose la atmósfera de encogimiento y confrontación. Ante cualquier problema entre gente civilizada, lo propio es poner sobre la mesa, no una artillería de bombas, sino el valor del diálogo libre y respetuoso, para superar las dificultades surgidas. Al hablar del diálogo no me refiero a los que se sitúan fuera de la legitimidad, los que no creen en los valores democráticos de ninguna manera pueden ser considerados interlocutores válidos, hablo de aquellas fuerzas sociales y políticas a las que no les asusta la palabra libertad, ni les espanta la justicia, ni la pluralidad de las nacionalidades y regiones como derecho de autonomía en la indisoluble unidad de la Nación española. Insisto, nos hace falta poner razón en asientos libres y que se arraigue como costumbre, no en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe por el bien común.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
(Escrito día: 9 de enero 2007)

Conociendo la iglesia


Una de mis grandes alegrías, es pertenecer a la Iglesia Católica. En ella encuentro tesoros inmensos que Jesús dejó a nuestro alcance. Y no es para menos, él sabe de qué estamos hechos, que somos pecadores.
El único santo, es Jesús. Nosotros, lo somos, en camino. Santos, si perseveramos, a pesar de las caídas.
Me encantaría mostrarte algunas cosas simpáticas de la Iglesia Católica. Vayamos juntos (tú y yo) a una capilla. Vamos a detenernos en la puerta.
Parece una simple construcción, pero recuerda: hay cosas que no puedes ver: La fe. La esperanza. El amor fraternal. La búsqueda de la paz. La verdad. El encuentro. La amistad. La solidaridad. La gracia santificante.
Dicen algunos santos que, si pudiésemos abrir los ojos del alma, veríamos miles de ángeles, cada cual más glorioso que el otro, adorando día y noche a Jesús Sacramentado, depositado en los Sagrarios del mundo entero. Nosotros lo dejamos solo. Ellos no.
Desde el Sagrario, Jesús nos mira compasivo y nos sonríe bondadoso, como un hermano, como un amigo entrañable y bueno. Sabe que no hay motivos para temer. Si las almas le conocieran, no dudarían en abandonarse a su Misericordia. Correrían a buscar al Padre sabiéndose ciudadanos del cielo, hijos de un Rey.
Al pertenecer a la Iglesia de Jesús, entras a formar parte de su cuerpo místico. Por lo tanto las gracias que se guardan como “un tesoro” están a tu disposición cada vez que las necesites en tu camino de la vida. Dios te ha facilitado la entrada al Paraíso.
Tal vez, al estar cerca de Jesús, podamos valorar un poco más nuestra fe, tal vez podamos conocerla, amarla más. Así podrás declarar con gozo, frente a todos, con naturalidad, como aquél santo varón: “Mi nombre es Cristiano, mi apellido, Católico”.
¿Qué observas desde la puerta de la capilla? Un altar frente a ti. A los costados un confesionario. Algunos abanicos. Bancas para los fieles. Una señora que arregla las flores de la Virgen.
El sacerdote ha salido y se detiene frente al altar.
¿Es este tu tesoro?, me dirás. Amigo, mira nuevamente y te diré lo que yo veo y reconozco:
El sacerdote empieza a celebrar el santo sacrificio de la misa. Dicen que una sola misa vivida con fervor nos daría tantas gracias que con ellas podríamos ser santos. Es la oración perfecta, la que más agrada a Dios.
Recuerdo una vez que sentía una gran necesidad de rezar, y me fui a una capilla cercana a mi trabajo. Cuando llegué celebraban la misa. Me dije: “Señor, no podré rezar”. Y sentí una voz interior que me recordaba: “Esta es la oración perfecta”.
Cuando el buen sacerdote eleva la Hostia consagrada, sé que en sus manos tiene a Jesús. Es algo que te impacta. Saber que él está allí.
No dejo de mirarlo con agradecimiento, y le pido su amor infinito. Sientes y sabes verdaderamente, que él está presente en aquella blanca hostia.
Veo también el confesionario, donde tantas almas salen libres de culpas y pecados por la absolución del sacerdote que los escucha y los absuelve, no en su nombre sino en el nombre de Jesús, al que ellos representan y sirven.
A menudo me siento como un ciego, ante tantos misterios sagrados. Por eso hago como Bartimeo. Su historia me encanta, porque nosotros estamos en ella y en cierta forma, todos nos parecemos a él.
“En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente. Un ciego llamado Bartimeo, el hijo de Timeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno quien pasaba, comenzó a gritar:
«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara. Pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Y llamaron al ciego diciéndole: «Animo, levántate, que te llama». El ciego tiró su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino. (Marcos 10, 46-52)
Por: Claudio de Castro