lunes, 1 de enero de 2007

La buena estrella de los Reyes Magos


Desde muy antiguo, el tema de los Reyes Magos ha sido motivo de literaturas y representaciones por gentes cultivadas en las letras y el arte. Fueron descritos o retratados habitualmente en número de tres; otras veces, cuatro; y, excepcionalmente, en número de dos. La lección importante es que cada uno de ellos, con su libre corazón, decidió ponerse en camino siguiendo la buena estrella. Cuentan los evangelistas, que tuvieron que lanzarse con coraje por caminos desconocidos y emprender un largo viaje nada fácil. Reproduciendo aquellas caminatas, también nosotros hoy en día tenemos esos mismos trotes, somos continuos y constantes viajeros por naturaleza.

Ahora bien, lo fundamental del fascinante viaje es saber mirar y ver, sobre todo con las gafas del alma para coger la auténtica ilusión, no vayamos a tomar un sucedáneo que no es lo mismo. Díganme, pues: ¿cuántas veces no vamos a ninguna parte, andamos perdidos o tomamos la dirección contraria a la buena estrella? A mi juicio, pienso que es fundamental poder discernir en libertad, con la poca que a veces nos dejan en la atmósfera, -¡qué difícil se hace en ocasiones respirarla!-, y emprender marchas que no sean sólo vivir para sí, en un mundo de cosas como leones en cautividad, sino para compartir sabidurías que nos lleven a descifrar este mundo de signos y símbolos, al igual que a distinguir las estrellas de los estrellazos.

Los Reyes Magos llegaron a Belén porque se dejaron guiar dócilmente por una estrella que les llenaba de inmenso gozo. Cuando se es consciente de ser guiado por la verdad, al igual que el artista experimenta la alegría tras la obra realizada con lucidez e ingenio, los caminos de la vida también se allanan porque respiran belleza. Quizás más que nunca, o por lo menos igual, necesitamos ser tocados por la luz que nos lleve a encender con buen tino y mejor tono, a esta humanidad de las nuevas tecnologías de la comunicación y de las innovadoras promesas de la genética, lo que puede apagarnos como seres humanos.

Se nos dice, que entraron en la casa –los Reyes Magos- y que vieron al Niño con María, su Madre. ¿Habrá signo de amor más grande? Estoy convencido de que solamente una vida vivida en el amor, es la que merece la pena vivirse. Todavía, a pesar de los avances, necesitamos esa buena estrella que nos abra la puerta del corazón al mundo, porque aún hay gentes que viven en chabolas, que se mueren en la indigencia, en este tiempo de abundancia y de lujosas mansiones, que sufren malos tratos –sobre todo mujeres-, que son esclavizados, explotados y ofendidos en su dignidad. Pensemos, asimismo, qué se puede hacer para dar otra vida a los que engatusados por viciosas luces, a los que se han confundido de lucero. Quizás seamos un poco, o un mucho, culpables todos; toda esta ciega aldea global de reinados y gobiernos que no toma el reino del amor como astro de vida.

Los Reyes Magos abrieron sus cofres y le ofrecieron – al Niño- dones de oro, incienso y mirra. Siguiendo esa misma huella histórica, pienso para el momento presente: ¿por qué no ofrecer el oro de nuestra vida a la vida misma, el incienso del poético beso enamorado para alabanza del amor y la mirra de la gratitud a quienes nos dieron la existencia? Desde luego, necesitamos este baño de esperanza para hacer frente a tantos desconsuelos, porque la vitalidad se revitaliza mucho más que en la capacidad de persistir, en la de volver a empezar. Y en este sentido, nos hace falta recomenzar con buena estrella el 2007. Como siempre, lo tenemos complicado, que no digo imposible. Apremia detener los pasos de los que siembran el terror y retener la furia de agresiones que, en plena calle y a pleno sol, se producen; y con qué descaro se reproducen a diario. Nos merecemos otra seguridad. Por desgracia, nadie está libre de ser asaltado por muy gigante que se crea.

Sólo la buena estrella de los Reyes Magos puede volver a ilusionarnos, convirtiéndonos en el niño que todos llevamos dentro; un sueño que vale un universo, cuando toma de la mano a la realidad. Una vida que será la que nosotros queramos que sea. La solución de los problemas no está en seguir a los falsos mitos del éxito y del poder o en dejarse seducir por la legión de autosuficientes. Hay que escapar de esta canallesca ficción de aduladores que, más pronto que tarde, nos llevarán a otro calvario, el de la desgana, para ganarnos para sí y movernos a su antojo. Yo prefiero el trabajo, el cansancio, el dolor y el entusiasmo, por muy cruz que parezca, pero enseña a vivir. Ya saben: no se vive si no se sabe.

El Evangelio precisa que, después de haber encontrado al Niño, los Reyes Magos regresaron a su país por otro camino. Tal cambio de ruta puede simbolizar la conversión a la que están llamados los que encuentran la buena estrella. Todos podemos hallarla, y sería bueno que la hallásemos, sólo hay que buscarla con el empeño de la paciencia. Una transformación que ahora –entiendo- nos vendría de perlas para hacer el corazón más los unos con los otros, para dar entusiasmo y darlo en abundancia con más orden y menos locuras. Los desórdenes, tan propios del mundo actual, lo único que hacen es generar, en esta galopante mutación que percibimos, contradicciones y desequilibrios de resultados catastróficos; puesto que alimentan hostilidades, alientan conflictos y avivan desgracias, de los que la especie humana, es a la vez, rey y verdugo.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

domingo, 31 de diciembre de 2006

Campanas las del cielo, que las de la tierra tocan a muerto


Campanas del cielo tocan a vida,
y con qué suavidad se enciende el viento
para no lastimar el sentimiento
de ternura, que en el nuevo año anida.

Para el dos mil siete, ninguna herida
en el alma, todo mimo y contento,
que vivir es el mejor pensamiento
en este renacer de ida y venida.

En mi ardor de luz, pido el don de un padre,
-descúbreme el camino, que yo vea-,
y la generosidad de una madre.

El corazón se crece y se recrea
a golpe de verso, que nadie ladre…
¡Llamar silencios, el amor llamea!


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer?


Hay unos escritos de san Juan Crisóstomo que siempre me han impactado. No por el contenido de sus palabras, sino por la certeza, la fe, la serenidad con que este santo declara su confianza en Jesús.
“Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer?... Él me ha garantizado su protección. N es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con otros todos los días, hasta el fin del mundo.
Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña”.
La fe verdadera es certeza, no dudas. Es serenidad, no angustia. Es alegría, no tristeza. Es la capacidad de enfrentar al mundo, porque sabemos que no estamos solos, que Jesús nos acompaña.
Cuánto anhelo yo esta fe. La tranquilidad que nos da. Esa maravillosa certeza. ¡Cuánta falta me hace!
Señor... ¡yo también quiero tener esa fe!
De niño quería ser un soldado de Dios. Luchar contra el diablo, que tanto daño le hace al mundo, a la humanidad, a las almas. Imaginaba que era sencillo. Con una espada (al estilo de los tres mosqueteros) acabaría con él y libraría al mundo de esta pesadilla.
De grande comprendí que las cosas no son tan sencillas. La vida misma es una batalla, que cansa y nos desgasta. Necesitamos sentirnos en la compañía de Jesús para poder avanzar. Vivir en la dulce presencia de Dios. Recibir su abrazo amoroso cada mañana. Escuchar su palabra a diario cuando nos dice, con tanta ternura: “Te amo. Y eres especial para mí”.
Cuánto bien nos haría sabernos amaos por Dios. Estar conscientes de su presencia en nuestras vidas.
Su cercanía.
Su ternura.
Su amor de Padre.
Por eso, a diario, cuando el sacerdote eleva la hostia santa, le pido humildemente: “Señor, auméntanos la fe”.
Recuerdo haber leído la vida de este santo sacerdote que visitó un poblado. Querían construir una iglesia y una pequeña montaña se los impedía, pues estaba en medio del campo que habían elegido. El santo les recordó la promesa de Jesús: “si tenéis fe, del tamaño de un grano de mostaza...” y ordenó a la montaña: ¡Muévete! Al instante ocurrió un temblor que sacudió la tierra y desmoronó la montaña.
Por: Claudio de Castro