lunes, 8 de mayo de 2006

Luz en tiempo de sombras


La parte más dolorosa de un mundo cada vez más globalizado, y también cada vez con menos luces, fue puesta de relieve en dos informes recientes, uno sobre el tráfico de seres humanos y el otro sobre el comercio internacional de drogas. Dos nubarrones que nos dejan tiritando los labios del alma. Este panorama descorazona a cualquiera. Creo que hace falta mandar un aire bien fuerte que espante a los que mercadean con vidas. Que se vayan bien lejos con sus cebos. Y que los niños, que todavía les han dejado ser niños los adultos, se pongan a repoblar el paisaje de sonrisas y a poblarlo de juegos esperanza. Me da pena que la desilusión nos haya tomado la delantera y bordado el desengaño en el corazón.
Quizás porque el pavoroso déficit de justicia social, la proliferación de lacras como la venta de personas, la adicción a sustancias o el abandono a todo raciocinio, nos impide ver el sol de las expectativas, vamos como vamos. Sin freno y a toda pastilla bobalicona. Bajo esta lluvia, sin paraguas de justicia, la esperanza camina más rastrera que un reptil. Algo parecido debió pensar el Presidente del Gobierno de la fracturada patria española, José Luís Rodríguez Zapatero, que no se mordió la lengua a la hora de persuadir a jóvenes y trabajadores. A los jóvenes les anunció vivienda y empleo. A los trabajadores, una reforma laboral que pondrá las bases para terminar con el empleo de baja calidad. Hay que reconocer que el que mejor pone guindas de esperanzas en la ciudadanía, es nuestro rompedor ZP. Sus musas le acompañan siempre, suele estar en el momento oportuno y en el sitio adecuado, para decir lo que el pueblo quiere que diga. Y lo dice, y le pide espera a la esperanza, con un gesto de niño bueno. Ahora bien, aviso: El que vive de esperanzas también corre el riesgo de morirse de hambre.
Reconozco que servidor cree bien poco las esperanzas esparcidas por la desclasificada política, por aquello de la poca clase de ética servicial que suelen llevar consigo. Tal y como está el patio de lutos y lloronas, atmósfera que nos da una alergia de muerte, pido a los dioses de la sabiduría clásica, algo que nos hace falta como agua de mayo, una antropología integradora para la que el hombre –en voz del siempre esperanzado Laín Entralgo- es “un ser simultánea y constitutivamente abierto, en el curso de sus presentes sucesivos, el pasado (historia), al futuro (esperanza), al cosmos (ciencia natural), a los otros (convivencia) y al fundamento último de su realidad (religión)”. En verdad que andamos muy perdidos en esto de la integración. Como que nos viene grande globalizar la globalización con los brazos abiertos y el corazón tendido. A veces pienso que, como la primavera, ha de aparecer un hombre nuevo. Me lo pido, porque estoy seguro que será más poético que político, más poesía que posesivamente poseedor, más hacedor que incitador, más de los demás que de sí mismo. Dicen que la naturaleza nunca nos falla, es maestra en el amor; dicen que fallamos las personas, somos malos amantes del amar sin condiciones.
Fracasamos los seres humanos, porque nos inhumanizamos. La brutalidad deja tras de sí una huella tremebunda. Resulta extremadamente difícil establecer cuántas víctimas, hoy en día, sufren dependencia de sustancias o esclavitud. El control internacional no debe bajar la guardia, debe ir al fondo del problema y afrontarlo con medidas contundentes. Considero una exigencia prioritaria que la seguridad humana sea más perceptible para que los signos de la tranquilidad se consoliden, estimen y profundicen, ahora que parecen haber perdido valor semántico hasta las proclamas de la vocación matrimonial. Cada treinta y tres segundos, nada en un pis pas, dice un informe del instituto de Política Familiar, se rompe un matrimonio en la Unión Europea. Las rupturas se han incrementado en 315.360 en 25 años (1980-2004), lo que supone un aumento del 50%. Con estos líos conyugales, uno ya no sabe si la familia es la esperanza de la sociedad o si la esperanza de la sociedad radica en la copla de “Pepe (o Pepa) no me des tormentos”. Bromas aparte, lo último que ha de perderse es la compañía de Esperanza, sin ella también se extingue el poeta que llevamos dentro.
Soy de los que piensan que al don de la luz hay que prestarle una atención particular, sobre todo en nuestro tiempo en el que tantas sombras nos ensombrecen por dentro. La tentación del pesimismo está a la orden del día, frecuentes decepciones y derrotas nos dejan tirados en la cuneta como perros callejeros. No seré yo quien niegue que muchos peligros se ciernen sobre el futuro de la humanidad y muchas incertidumbres nos acosan, pero de ahí a caer en el desaliento va un mundo. De los atolladeros del abatimiento también se sale. Por muy larga que sea la sombra, el sol siempre ensortija a las nubes.
Las sombras de las viejas ideologías también se nos han revelado ineficaces para dar respuesta a los muchos problemas que hemos cosechado a lo largo del tiempo. Nos han dejado vacíos interiores y una razón desencantada ¿Cuántos se atreven a mirar la verdad de frente? La encrucijada, en ocasiones, nos impide ver la auténtica luz que nos haga crecer. Hay que inventarse una cultura nueva que responda a las expectativas más hondas del hombre, capaz de devolvernos la esperanza. Las universidades, como lugar privilegiado de creación de cultura y de forja de pensamiento, deben dar el paso hacia la libertad; hay que desempolvar de los claustros, la esclavitud de las ideologías partidistas, la política de perversión democrática o la economía prepotente. A lo mejor hay que ofrecer menos conocimientos y más sabiduría como cimiento de humanidad. Aún a sabiendas que el mundo va inevitablemente al caos, yo, en el último segundo de los segundos, todavía escribiría un verso en los labios de la noche. Un poema reaviva otro poema y revive el pulso que siempre es vida.
En todo caso, hemos de pensar que nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas. Cuidado, o cuidadín, no se trague las falsas cantinelas de los farsantes. La caída es mayor. Agudice el olfato. Luego, déjese llevar por el optimismo de la luz, pero no se ponga una venda en los ojos para ignorar el volcán de fuegos que nos queman en las manos. El sol, a pesar de los pesares, todavía no nos ha dicho adiós, está ahí y nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más aperturista, si en el empeño ponemos coraje y esperanza. Ya lo dijo Aristóteles: La esperanza es el sueño del hombre despierto. Eso es lo que nos hace falta, estar avispados, lúcidos, ocurrentes, vivos para no dejarse morir en las sombras.
Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net