lunes, 26 de febrero de 2007

De la propuesta a los hechos


Familia, escuela y medios de comunicación presentaron sus propuestas para luchar contra el consumo de drogas en nuestro país. De entrada, considero el entorno apropiado para reeducar en valores y fomentar cambios de actitudes. Otra cuestión, y ahí radicará el efecto, es que se camine en una misma dirección, ya no de propuestas, sino de acciones. Creo que tenemos necesidad de una sabiduría humanizadora para recuperar conciencias diluidas. Esto no es fácil conseguirlo. La familia no marcha bien y la acción educativa es un auténtico caos. Bajo esta realidad, difícilmente pueden los padres formar a sus hijos en los valores esenciales de la vida y, también, lo tendrán complicado los docentes a la hora de impartir sus enseñanzas.
El grupo dedicado a la “Familia” propone adaptar los programas de prevención a los nuevos modelos familiares, en función de sus distintos niveles de riesgo, y a las distintas etnias, así como potenciar la figura del mediador cultural. Por su parte, el grupo de “Juventud” aboga por implantar programas de prevención selectiva dirigida a menores de edad que, por sus peculiaridades, conforman un grupo de alto riesgo. También proponen cambiar el término “ocio alternativo” por “ocio prioritario” para definir el ocio libre de drogas. En la misma línea, el grupo de “Medios de Comunicación” ha aprobado un código de buenas prácticas para directivos, productores y guionistas de series de televisión de ficción y entretenimiento.
Ciertamente, el problema de las drogas es un problema social que está ahí, agravado por el continuo aumento a las adicciones, por parte de jóvenes cada vez más niños, afectando a todos los sectores sociales de la población. Esto, por desgracia, no debiera sorprendernos, puesto que se ha venido quitando importancia al uso de algunas drogas, minimizando sus peligros y haciendo la vista larga a un fenómeno que es un mal particularmente grave, gravísimo. A los hechos me remito. Se dispara el número de jóvenes y adultos que han muerto o van a morir por causa de ella, mientras que otros se hallan disminuidos en su ser íntimo y en sus capacidades. El incremento del mercado y del consumo de drogas lo único que hace es demostrar que vivimos en un mundo alocado, sin esperanza alguna, con familias cada día más desestructuradas, con escuelas que enseñan como pueden, pero que no educan, porque los educadores han perdido toda autoridad.
El desquicio es tan acusado que los mismos jóvenes (y mayores) han perdido discernimiento y para ellos todos los comportamientos son equivalentes, pues no llegan a distinguir el bien del mal y no tienen el sentido de los límites morales. Cuando se pierden todos los escrúpulos de poco sirve apostar por la ética en la comunicación social, puesto que no sólo concierne a lo que aparece en las pantallas de cine y de televisión, en las transmisiones radiofónicas, en las páginas impresas o en Internet, sino que implica muchos otros aspectos como puede ser nuestra aceptación o rechazo al programa de turno o al medio.
Sin duda alguna, la lucha contra el azote de la toxicomanía es tarea de todos los seres humanos, cada uno de acuerdo con la responsabilidad que le corresponde. Lo fructífero será ahora pasar de lo sugerido a la situación, de la propuesta a los hechos. Es importante que los padres, que son los primeros responsables de sus hijos, y con ellos toda la comunidad adulta, se preocupen constantemente por la educación de la juventud. Está visto que los jóvenes que tienen una personalidad estructurada, una sólida formación humana y moral, y viven relaciones armoniosas y confiadas con los compañeros de su edad y con los adultos, son más fuertes para resistir a las tentaciones de quienes difunden la droga. En todo caso, actuar de manera concertada, familia-escuela-medios de comunicación, estimo que es fundamental, tanto para la rehabilitación como para la labor de prevención. Hay que poner sobre el tapete de la vida los efectos perniciosos de la droga en los aspectos somático, intelectual, psicológico, social y moral. Y decir, ¡basta! de engaños.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

De Pérez Galdós a nuestro tiempo: una historia de ayer para hoy

Acabo de recibir una joya de libro escrita por el rejuvenecido amigo don Eduardo Roca, (a los discípulos siempre nos cuesta apearle el don a los maestros); uno de los administrativistas españoles más lúcidos, que mejor domina esta disciplina como lo avalan sus imprescindibles obras entre los profesionales del derecho, catedrático emérito de la Universidad granadina, miembro honorífico de todas las Reales Academias de Jurisprudencia y Legislación, hombre de palabra y pensamiento, sin que sea esto último un añadido más, sino una singularidad a destacar por aquello de tomar ejemplo y ejemplarizar lo que es un valor. El volumen en cuestión, lleva por título: “Sociedad y derecho en Pérez Galdós”. Es denso, a pesar de que no lleguen a tres centenares de páginas, puesto que su lectura es un diálogo constante entre el lector y el autor, entre la vida vivida por Galdós y la que ahora vivimos.

Confiesa el autor que “Los Episodios Nacionales” de Galdós ya le engancharon en plena juventud. Reconoce, pasado el tiempo y por ende los años, que era una literatura que enseñaba historia deleitando. Quizás lo literario sea eso, la voz perenne de vidas vividas. En cualquier caso, tras su formación en leyes observa también que las citadas obras le proporcionaban un rico material, tanto desde el punto de vista jurídico como sociológico. Galdós, que fue un afanado restaurador de nuestra tradición novelística, sintió el compromiso de adentrarse en el primer proceso constitucional español haciéndolo con espíritu crítico, dentro de un estilo literario único, donde los personajes muestran sus pasiones, debilidades, fisonomías, caracteres humanos, sufrimientos... Quizás hoy en día nos falte ese estilo de conciencia elegante como era la galdosiana, señorial en el servir sin fronteras, para todos y en todo; sin desesperarse de nadie, sin excluir a nadie, haciendo literatura compartida, elocuente.

Todas las páginas del libro llevan el espíritu galdosiano, unas veces analizando las distintas instituciones jurídicas y sociales a las que se refiere Galdós, valorando el tiempo y los hechos, a la mujer tantas veces heroína de nuestra historia, proporcionándonos una visión enriquecedora de finales del siglo XIX. Esto es de un gran valor tanto para el jurista como para el lector interesado en la evolución social y jurídica de dicho siglo. Considero que es fundamental el cultivo de un serio conocimiento histórico de los diversos campos en los que se articula la vida de los individuos y de las comunidades. El mundo de los clásicos (del arte, de la literatura, del pensamiento…) puede ayudarnos a tomar orientaciones.

No existe nada más deleznable que hombres o grupos sin historia o ciegos ante la historia. Creo que es un mal de hoy en día, la ignorancia de nuestras propias raíces, pretender tergiversar realidades que fueron, identidades que son. En este sentido, yo también creo que la literatura galdosiana es una filosofía de vida contada y cantada con ejemplos revestidos por sueños literarios. Algo que hoy no se cultiva con ese talante independiente en el narrador, convertido más en lengua de víbora que en lengua literaria, a pesar de lo mucho que se edita o se escribe sobre guerras e historias. No vayamos a caer en que repitamos la misma historia de siempre, que cada individuo no piense más que en sí mismo. Avancemos, Galdós fue un adelantado en su tiempo y en ello.

También la Administración española es objeto del examen crítico galdosiano –como bien recoge el autor del libro sobre “sociedad y derecho en Pérez Galdós”-, a lo largo de su obra, siendo reiteradas las referencias que hace a la misma, pero tiene un concreto interés el estudio que realiza de los funcionarios públicos que prestan sus servicios a la Administración del Estado a lo largo del siglo XIX, lo que constituye un punto de referencia imprescindible para conocer en profundidad el fenómeno político sociológico del funcionario decimonónico, sus características, problemas, etc. Dentro de este laberinto administrativo que describe Galdós está la rectitud – o como escribe el profesor Roca- “es la eterna lucha entre el bien y el mal, el derecho y la injusticia, la moralidad y la corrupción, que deja un amargo sabor de funcionario cesante, obediente al gobierno de turno, cuyos ecos aún llegan a nosotros a siglo y medio de distancia”.

De igual modo, el libro que nos ocupa observa similitud de planteamientos entre la Regenta de Clarín con Fortunata y Jacinta o el Abuelo, de Galdós; es la preocupación por el transcurrir de las épocas, en relación a la manera en que el tiempo influye en los personajes. Otro de los temas tratados en la original obra, naciente de la jurisdicción ensayística e ingeniosa por el pensamiento moderno que aporta, es sobre la mujer en el entorno de Galdós; y es que el escritor fue un hombre de su tiempo, –como apunta el profesor Roca-, “enormemente preocupado por la cultura, por la educación y para ello utilizó el látigo de su pluma censurando situaciones reprochables y sublimando las luces de esperanza”. Su enseñanza, sin duda, puede servirnos para el momento presente, ese no “casarse con poder alguno”, ese avivar el realismo y la realidad española, es lo que ahora tanto falta en los escenarios del endiosado camarín mediático, donde se suele rivalizar con los lenguajes cuando el lenguaje es entendimiento y pugnar por las culturas cuando todas ellas son enriquecimiento. Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública –alguien lo dijo- puede medirse la cultura de un pueblo. Qué bueno sería que pasáramos revista. Seguro que tendríamos que hacer propósito de enmienda. Esta obra del Profesor Roca puede ser un buen inicio para conciliar libertades y reconciliarse con la lectura.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net