domingo, 10 de diciembre de 2006

¿Autocensurar la libertad de expresión?


La justicia danesa ha rechazado por tercera vez una demanda presentada por siete formaciones islámicas danesas contra el director y el jefe de Cultura del periódico que publicó las caricaturas de Mahoma. El juez considera que incluso la viñeta que representa a Mahoma con una bomba en el turbante no se puede considerar una befa, y niega la intención de ofender a la religión musulmana. El portavoz musulmán dijo que la sentencia, implícitamente, vinculaba a los musulmanes con el terrorismo.
No se puede ejercer la libertad con carácter ilimitado. Montesquieu decía: “la libertad de uno termina donde empieza la de los demás”. Se puede ejercer un derecho a condición de respetar los ajenos. La libertad de expresión supone que el poder no puede impedir que opines en conciencia; pero no puedes expresarte atentando a la buena fama a la que todos, de entrada, tenemos derecho. No me permiten insultar a quien quiera, difamar, proferir amenazas, o, simplemente, gritar ¡fuego! en un teatro lleno de gente sin percatarme que el pánico puede producir más víctimas que las llamas; mucho menos me está permitido lanzar ese grito, sin que realmente se haya producido fuego.
El respeto a la libertad ajena hace que no expresemos siempre lo que se nos ocurra, pues si la libertad de expresión es un derecho, el sentido común es un deber que marca los límites de esa libertad: depende del contexto, del lugar, del momento, de las consecuencias, es decir, de un daño constatable o de una injusta denegación de los derechos ajenos.
Una religión no es libre de recibir críticas; sin embargo, la sátira sobre la religión toca un punto muy sensible para muchas personas. Aquí la libertad de expresión supone que debo respetar unas convicciones en las que tal vez no creo, pero a las que reconozco el derecho a ser respetadas. Igual que nadie puede imponer sus convicciones religiosas, tampoco nadie puede imponer la ausencia de convicciones a quien las tiene
Vivimos una época de cambios intensos. Si debemos respetar la igualdad de sexos, el derecho de las minorías con una orientación sexual diferente, la llegada de inmigrantes con costumbres distintas, etc., esta nueva situación exige un gran esfuerzo de responsabilidad social; y, aunque el humor tiene unas licencias en su lenguaje, la información siempre conlleva una ética porque induce a juicios de valor. Las viñetas de Mahoma, al ser una distorsión tendenciosa con aire de objetividad, son reprobables éticamente; además, pueden anteponer el afán de lucro al bien común que la prensa debe prestar.
La comprensión lleva a ponerse en el lugar del otro. Figuras como Jesús o Mahoma son, para muchos, sagradas, es decir, sublimes, intocables, que deben respetar incluso los que no creen. Esto no quiere decir que no pueda disentir de Mahoma o Jesucristo y que exprese públicamente mi parecer, pero no es justo confundir al profeta Mahoma con Bin Laden, símbolo de la violencia. Cuando los judíos bombardean Gaza ¡imaginemos que apareciese una caricatura en la que Moisés pilotase un avión israelí! Así como Mahoma no es Bin Laden, Moisés no tiene nada que ver con el presidente israelí. Dibujar a Mahoma como un terrorista, fácilmente supone que, a quien cree en él, se le considera como un terrorista. Esa ligereza desprecia las creencias de millones de personas y, sin ese respeto, no es posible la convivencia, surge la discordia y, en lugares de tensión, la guerra. Mofarse de los símbolos religiosos hace inviable la libertad de expresión al convertirla en un fundamentalismo (prohibido prohibir) sin respeto a las convicciones ajenas.
Tal vez puede existir el derecho a poner en el centro de la ciudad un inmenso cartel “defecándose” de los judíos o a los negros, pero si alguien lo hiciera, por clamor público lo retirarían inmediatamente (recordemos que en Alemania está penalizado negar el holocausto y escribir esvásticas); si el cartel tiene matiz cristiano puede no producir el mismo clamor, pero sin duda ofende gravemente a miles de personas (una película representando a Dios como un varón senil y a Jesús como retrasado mental, llevó a Austria e Inglaterra a penalizar films que denigran el cristianismo).
El miedo al mal gusto, más que a una sentencia penal, (habitualmente tibia en estos temas), nos frena a burlarnos de personas invidentes, inválidos o de mínima estatura, o no publicar un dibujo vejatorio contra un deportista de color. El mismo sentido común debe llevarnos a respetar las figuras sagradas para grupos religiosos con una moderación o autocensura de la libertad de expresión, no por miedo a la reacción violenta del censurado (caso musulmán, pero no cristiano), ni por las posibles consecuencias penales, sino por el respeto a las personas y sus convicciones.
Carlos Moreda de Lecea

Cuando nos desanimamos en Adviento


Me he dado cuenta que el diablo parece tener una predilección por hacernos daño en los días que celebramos nuestra fe.
Para adviento toma fuerzas y ataca a darse gusto.
Nos inyecta desanimo, tristeza, arrogancia, egoísmo. Y nosotros caemos como una fruta que ha madurado y apenas se sostiene en el árbol.
Le damos gusto a sus insinuaciones y nos desanimamos.
A veces me pasa también, y lucho contra este sentimiento porque sé que no viene de Dios.
Lo escucho con mucha frecuencia: paso estas fiestas muy triste.
El día en que la luz, la verdad, ha venido a iluminar este mundo, nos escondemos en las sombras.
Yo que tú, haría un esfuerzo este año. Sería feliz. Compartiría con ilusión y alegría.
¿Qué me propuse este adviento? Estar feliz. Ver todos los amaneceres que pueda y leer. Leer muchos libros de espiritualidad que tanto bien le hacen a nuestras almas. Ya lo decía don Bosco: "En el cielo sabréis el gran bien que produce una buena lectura".
He pasado estos días en reflexiones profundas sobre nuestra fe y la eternidad, sobre la ternura de nuestro Padre celestial, sobre el sentido de la vida.
Un libro me ha sido de gran ayuda y de inmenso consuelo: Historia de un Alma escrito por santa Teresita del Niño Jesús.
Si me preguntaras: ¿Qué puedo hacer en adviento?
Sin pensarlo dos veces te respondería: lee este libro.
Cada página es como una fogata con grandes llamaradas que prenden nuestra fe, la iluminan, la alimentan y la ayudan a crecer.
Por: Claudio de Castro