jueves, 25 de mayo de 2006

Carta de Benedicto XVI al Prepósito General de la Compañía de Jesús


La actualidad y la validez permanente de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
En el cincuenta aniversario de la Encíclica “Haurietis Aquas”, de Pío XII



En el mes de enero de este año, 2006, el Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona publicaba una “Novena al Sagrado Corazón de Jesús” escrita por mí. Mi intención al escribir ese pequeño libro era doble: Por una parte, mostrar la actualidad de un género de literatura de devoción – las “Novenas” - , que permiten transmitir al pueblo fiel, de un modo asequible, elementos y contenidos de la fe y de la vida cristiana. De un modo asequible no significa de modo superficial, pues se puede intentar comunicar verdades sólidas con un lenguaje no reservado únicamente a los expertos. Pero además de ese afán divulgador, me movía una segunda razón: La convicción de que el culto al Sagrado Corazón de Jesús incide en un aspecto esencial de la fe cristiana; el amor de Dios manifestado en la entrega de Jesucristo en la Cruz, en su Corazón traspasado. En cuatro meses, la “Novena al Sagrado Corazón de Jesús” se ha agotado y el centro de Pastoral Litúrgica prepara una segunda edición. He de decir, en honor a la verdad, que muchas otras editoriales, cuando les ofrecí el original, me contestaron diciendo que este tipo de escritos no tenían cabida en su catálogo.
Hoy, al abrir la página web de la Santa Sede (vatican.va), me encuentro con una agradable sorpresa: El Papa Benedicto XVI ha dirigido una Carta al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, “con ocasión del 50º aniversario de la Encíclica Haurietis aquas con la cual se promovía el culto al Corazón de Jesús”. En la carta de Benedicto XVI, una encíclica de Pío XII, de hace cincuenta años, la Haurietis aquas, es leída, y actualizada, con ayuda de otra encíclica, la Deus caritas est. La continuidad es perfecta. Entre una encíclica y otra se menciona la Carta de Juan Pablo II, entregada al P. Kolvenbach en Paray le Monial, en 1986. En este texto afirmaba Juan Pablo II: “Junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el sentido verdadero y único de la vida y del propio destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a guardarse de ciertas perversiones del corazón, a unir el amor filial hacia Dios al amor al prójimo. Así – y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador – sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, podrá ser edificada la civilización del Corazón de Cristo”.
Para Benedicto XVI, profundizar la relación con el Corazón de Jesús sigue siendo para los cristianos “una tarea siempre actual”, en orden a “reavivar en sí mismos la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo siempre mejor en la propia vida”. Cuatro verbos marcan el dinamismo de esta acogida: conocer, experimentar, vivir y testimoniar.
“Conocer” el amor de Dios, que se manifiesta en la Cruz de su Hijo, no hace referencia solamente al contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús, sino que apunta “al contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana”. “Experimentar” el amor de Dios rebasa el ámbito del conocimiento, para adentrarse en la experiencia personal de dejarse modelar por ese amor gratuito. “Vivir” y “testimoniar” el amor de Dios equivale a responder a una llamada, que nos mueve a estar “más disponibles a una vida para los otros”.
En resumen, para Benedicto XVI, como para sus predecesores, la mirada al Corazón traspasado del Redentor “no puede ser considerado como una forma pasajera de culto o devoción”, sino que resulta “imprescindible para una relación viva con Dios”.


Guillermo Juan Morado.