miércoles, 7 de noviembre de 2007

Cuando odiamos por Claudio de Castro


Hay muchas razones para odiar, pero hay más para perdonar.

He sabido de tantas personas a las que les hacen la vida imposible en el trabajo, un vecino que te fastidia, o alguien que te roba y arruina tu negocio.

Hace poco supe de este ejecutivo al que despidieron de la empresa en que laboraba. Sus propios compañeros de trabajo, sus amigos, malintencionados, fueron los que le hicieron el daño, hablando mal de él, sembrando insidias y desconfianza.

Salió de la empresa con un nudo en el alma, desgranando sus malos deseos, preparando la venganza perfecta. Odiaba, con todo lo que se puede odiar. Así pasó tres días, sin poder perdonar lo que le hicieron. La mañana del último día despertó con un fuerte dolor en el pecho. Una ambulancia lo llevó al hospital. Estaba sufriendo un ataque al corazón. El Doctor que lo atendió, al saber por lo que pasaba le advirtió:
“o usted perdona, o se muere”.
Y él, resignado, respondió: “perdono”.

Escogió la vida y perdonó.

Cuando te animes a perdonar y no sepas cómo hacer, o dónde empezar, te recomiendo consultar al que mejor lo ha sabido hacer: Jesús.

Visítalo en el Sagrario y dile: “Ayúdame Jesús”.

Te aseguro que el cambio será inmediato. Lo he visto cientos de veces. Jesús es tan bueno que no te dejará marchar sin una respuesta suya.

Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mt 18, 21-22).



Vale la pena hacerlo.

La verdad es que vivir odiando es lo mismo que no vivir. Porque no disfrutamos nada. Es mejor perdonar y recuperar la alegría, la esperanza, la ilusión de cada mañana.

Perdonar y ser perdonados.

TRAS EL SUEÑO, SOY

Hoy me he propuesto levantar castillos
de amor a cada paso,
mañana estoy dispuesto a seguir
ganando tiempo para descender
a los cimientos del alma,
al día después espero ser un obrero
de la paz en el primer batallón de la vida.

Vivir alentando sueños
y alimentando metas alivia el camino,
porque tras los deseos vive la esperanza.

Esperanza es el raíl de la libertad,
el único tren verdaderamente importante
que no debemos perder ni bajarnos de él.

No lleguemos tarde,
que el tiempo es el sueño que nos nace,
lo que somos en verdad, lo que soy
y nos sostiene en la eternidad del movimiento.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

HACER NUESTRO EL PATRIMONIO HISTÓRICO


Que los Ministerios de Fomento y de Cultura, en lo que va de legislatura, hayan destinado unos cuantos millones de euros para la recuperación del patrimonio histórico, hay que reconocer que es una buena noticia. Su conservación es, en sí mismo, un bien y un acto de justicia, en cuanto que todos podemos disfrutar de la belleza gestada en el tiempo, algo que a todos nos pertenece y que debemos de dejar en heredad a las generaciones venideras. Los frutos de la fuerza creativa del genio humano, sin duda, son la nívea lección de un mensaje que, a veces, trasciende la realidad y que, sin duda alguna, nos puede acompañar a descubrir raíces y a describir sentimientos.

Sería bueno, pues, que se incrementaran los fondos del 1% cultural a favor de una hacienda fructífera y diversa. En ocasiones, las propiedades son espacios y lugares privilegiados, donde ha germinado la verdadera sabiduría que narra la historia del ser humano, a través del esfuerzo de cuantos han buscado la huella de la belleza en los bosques de la creación y en la intimidad de sus silencios. Otras veces, son museos en los que se transmiten mundos pasados, espiritualidades o costumbres. Se trata de vernos en esa memoria del pasado, reflexionarla y proteger el caudal de abecedarios que nos irradian. Por ello, pienso, que es preciso trabajar en esta línea de recuperación de lo que es el capital de nuestra memoria histórica antes de que sea demasiado tarde.

Junto a una mayor aportación económica de las instituciones del Estado, creo que se debe activar el interés ciudadano por salvaguardar el patrimonio histórico-artístico. La ciudadanía, toda ella, ha de dar valor y vida al valor histórico, cultural, estético, afectivo, religioso, que nos entronca a nuestros antepasados. Hay que hacer ver, e incluso mejor comprender, a los visitantes que se acercan a la memoria histórica a través de las artes, que lo que se les ofrece es parte de su misma existencia, son vivencias de nuestros antecesores. Seguro que cuando el individuo se ve inmerso en la propia cultura le despertará también el deseo de amparar, sostener, defender, doquier bien histórico-artístico de su entorno.

Seguir promoviendo la cultura de la tutela jurídica de dicho patrimonio, trabajando con espíritu de colaboración tanto instituciones como ciudadanos, es un signo de contribución a que las páginas de la historia no se borren. El abandono es un retroceso a nuestra cultura, o lo que es lo mismo, a nuestra identidad. El pasado cultural, el patrimonio de la energía del pensamiento y de las manos de generaciones lúcidas animadas por el espíritu de sorprenderse y sorprendernos, bajo el asombro de la hermosura, es el fundamento de lo que somos. Desperdiciar estas lecciones de gracia, sería mezquino por nuestra parte. Por consiguiente, si toda inversión en cuidar el patrimonio es una necesidad, no menos exigencia vinculante es la implicación de la propia ciudadanía a lo que es el principal testigo de nuestra contribución histórica a la civilización universal.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

Artículo escrito día 7 octubre de 2007

domingo, 14 de octubre de 2007

¿Qué aporta la actual educación obrera a la democracia española?

La pregunta, sobre ¿qué aporta la actual educación obrera a la democracia española?, me surge a raíz de tener constancia que, en la sede de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se han reunido más de un centenar de representantes de sindicatos provenientes de menos de la mitad de un centenar de países, sitial que conviene recordar debe estar entregado, como un obrero más en el tajo de la vida, a la reducción de la pobreza, a lograr una globalización justa y a generar oportunidades de trabajo decente y productivo para hombres y mujeres, en condiciones de libertad, seguridad y dignidad humana. Trabajo, pues, no le falta por hacer a este organismo especializado de las Naciones Unidas, a tenor de que el crecimiento de unos significa desigualdad para otros.

Pero volviendo al cónclave, por cierto bastante raquítico en la era de la globalización aunque se reuniese en un trono de altos objetivos, para mí que debió entrarle cargo de conciencia y se han puesto manos a la obra sindical. Su afán y desvelo, que esperamos utilice de verdad un lenguaje colectivo obrero, en suma que sea una voz más sindicalizada que politizada, pasa por fortalecer su capacidad para influenciar las políticas socioeconómicas y las estrategias de desarrollo, cuando menos más redistributivas. ¡Albricias! Ya es hora de que pensemos, y sobre todo desde los subvencionados sindicatos, la manera de huir de un sistema de producción que amortaja la vida. Lo de quiero un trabajo para vivir y no vivir para trabajar, puede ser un buen reclamo reflexivo para todos.

El discurso de hacer un sólido frente obrero contra la sociedad de los privilegiados para que dejen de producir cada día más pobres, aunque sea por mero principio de educación bracera, es tan necesario como urgente. Apremia liberarnos de unas ataduras mezquinas, como puede ser el galopante consumo como ideal de felicidad y la inducción a un ocio evasivo como catarsis. En suma, si el mundo obrero existe, y existe en precario más de lo que se dice, el mundo sindical ha de existir con más fuerza que nunca, sin debilitamientos ni bajar la guardia en esa lucha por la justicia social que, al fin y al cabo, contribuye asimismo a fortalecer la democracia.

Lo que sucede es que los sindicatos, una vez que han perdido democracia en su estructura y funcionamiento interno, mal pueden dar lecciones de democracia a nadie; y, mucho menos a un mundo obrero al que se le castiga a traición y con la mentira por delante. Ya nos gustaría que no sólo los sindicatos obreros, también las asociaciones empresariales, promocionasen otros intereses más humanos y menos políticos. Sería bueno para todos, para esos representados que piensan que los sindicatos van a lo suyo y también para esos representantes que están convencidos que el problema son los trabajadores que se han vuelto egoístas e insolidarios.

Estoy de acuerdo que la lucha sindical parte de la educación obrera. Pienso que es el momento de avivar esa historia y hacerla presente. No se puede permanecer indiferente, con los brazos del espíritu sindical caídos, frente a un mundo que machaca al trabajador con faenas que rayan lo indecente y con salarios que se enquistan en la miseria. Creo que más allá de la mera representación obrera en el nuevo orden mundial, ha de exigirse a los sindicatos una renovación total para hacer valer su acción sindical a todos los efectos y que nadie ponga en duda sus hazañas, inclusive la de desempeñar un papel clave en esta sociedad en la que todos somos diferentes, pero efectivamente todos necesarios como se ha dicho.

Los sindicatos, que han de ser la expresión más legítima de la clase obrera organizada, la que gracias a su unidad, organización y constancia en la lucha ha conseguido derechos que, de otro modo, no hubiera sido posible, no pueden quedar como estáticas instituciones de un Estado social y democrático de Derecho. Precisamente, entiendo, que es la educación obrera, aquella que ha de poner en movimiento nuevas ideas de movilización, la que puede contrarrestar las graves injusticias que las democracias soportan. Dicho lo anterior, considero que las organizaciones sindicales han de apostar, mucho más de lo que lo vienen haciéndolo, por programas de formación, para que el obrero pueda reconsiderar los efectos de la globalización económica, la exigencia de trabajo decente, la lucha contra la discriminación de cualquier índole. A mi juicio, el papel de formador del propio movimiento sindical obrero es vital para que se regenere esa educación obrera solidaria, sensible a los cambios ambientales.

Un mundo obrero educado en el estudio profundo de los problemas, siempre dispuesto a colaborar en su resolución, lleva consigo dejar de lado los sectarismos sindicales, cualquier ambición de poder que no sea para mirar en la misma dirección del bien común. O sea, de sentir próximo al prójimo. Por el contrario, cuando el trabajo se torna incivil y los sindicatos permanecen mudos o pasivos, siendo su razón de ser la pro-actividad del diálogo social como un instrumento de democracia, estabilidad y desarrollo, aparte de ocasionar desgaste de valor sindical, cooperan a que los obreros duden del ejercicio de su actividad y de su razón de ser. Resulta deseable, por tanto, que estos agentes sociales promuevan la formación obrera y ofrezcan una atención mayor y más adecuada a los trabajadores. Quizás algunos dirigentes, suspensos por sus acciones en ética y moral, sean los primeros en necesitar esa formación previa. Es importante, en consecuencia, llevar a cabo una labor persuasiva de educación obrera en los valores solidarios para que el trabajador, el mundo productivo y todo este engranaje económico, no se vuelva contra el obrero por muy demócrata que quiera notarse; es decir, contra el propio ser humano que, en demasiadas ocasiones, aún no pasa de sentirse un NIF activo con categoría de esquirol, (sustituible por otra mano obrera más barata), en un supermercado de una invernal cadena de explotación, que paga por lo que te dejes explotar, mediante el mayor caudillaje: un injusto incentivo de una productividad subjetiva.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

(Artículo escrito el 14 de octubre de 2007)

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domingo, 7 de octubre de 2007

El carácter


Hay amores que viven en nosotros
y por la voz nos reconocen,
somos como somos,
la forma de ser que el corazón vierte.

El que no tiene carácter es una piedra
con movimiento de estatua ciega,
que nada es y nada revela,
donde no cabe la vida ni el sueño.

Porque es necesario el temple firme
para hacer frente a las desengaños,
el ardor guerrero del sol
y el arranque de la aurora sobre la noche,
levanto mi voz con la grafía del mar.

El mar en su bravura y mesura,
con la audacia que mueve el aire sus brazos,
nos propone ser jinetes de ojos abiertos
antes de que la burla nos desfigure
la personalidad con un cincel en el pecho.

Y para siempre nos duela la carne del alma
por haber sido corchos en una sociedad
que rubrica sus derechos de propiedad
a su manera, que no tiene porque ser la mía.

Hay que dejar al hombre ser hombre,
que el hombre sea amante de sí mismo,
que se cultive en el hábito de quererse
para querer y, así cautivo, liberarse de mundo,
de un mundo de cosas que esclavizan.

Nos hace falta sembrar energías puras
para recoger esencias y coger los estribos del ser.
De un ser reencontrado a su especie y a su modo.
Dejar, pues, que el singular atributo de la letra,
con distintivo de género humano, trace sus pasos.
Es un buen signo de hacer camino,
cada cual con los suyos y los suyos con los demás,
respetando los andares de uno en uno, todos unidos.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Quiero otros cultivos para mi tierra


Desde las arcas del poder político, un puchero que echa humo electoral como nunca, creo que se cultiva una política de ojos cerrados en lugar de una mirada abierta, capaz de acercarnos y de ver la auténtica necesidad de sus ciudadanos. No hace falta ser ningún lucero ni lumbrera, para advertir el gran caudal de desheredados que se suman a diario a la nómina de mendigos, porque la mendicidad de acogida y asistencia es el mayor de los reclamos y el mayor de los desprecios, en un mundo de ricos que ha reducido su existencia a tres cosas: la riqueza como signo de distinción, el honor jerárquico y el placer, aunque sea aplastando al indigente. Todo lo contrario a la vida que Salinas alabó a los altares: “Para vivir no quiero/islas, palacios, torres…Te quiero pura, libre/ irreductible: tú”.

De la cuna al ataúd se producen crecientes injusticias que no cesan. Al necesitado nadie quiere verle, cruzamos de acera y adelantamos el paso. Lo que pasa es que se ha perdido el amor por el ser humano como cultivo primario y primero. Por eso, su llamada es inoportuna y nadie quiere escucharle en el enjambre de idas y venidas. En efecto, no se trata solamente de dar lo que nos sobra, aquello superfluo o unos céntimos para acallar el campanario de nuestra conciencia, sino de ayudar a que entren en la colmena del desarrollo económico y humano. Esto será posible, claro que será viable, con otros cultivos que nos cambien el estilo de vida, que expandan la alegría de vivir, bajo otras políticas que sean en verdad solidariamente sociales al bien común.

Bien podrían los presupuestos de todas las administraciones avivar otros cultivos que no sea la mera subvención, por ejemplo, el entusiasmo por salir adelante ofreciendo trabajo, haciéndolo valer como derecho y deber. Es cierto que las partidas presupuestarias suelen distanciarse de la economía solidaria años luz, entre otras cosas, porque sentir la pobreza ajena como propia no es un valor que cotice. Hay que ir más allá de las buenas intenciones de las migajas, no quiero un Estado limosnero, sino un Estado que priorice los gastos siempre a favor de la persona. Las infraestructuras pueden esperar, los marginados no. El trabajo estable y justamente remunerado posee, más que ningún otro auxilio, poder respirar por si mismo, realizarse, que es a lo que aspira toda persona.

Ya me gustaría que los cultivos de mi tierra, estimularan el camino de integración de los marginados al cien por cien. Es posible. Sólo hace falta concentrar esfuerzos en una constelación de perseverancias, de honestidad y laboriosidad. Que en ese incentivar la productividad y el crecimiento, por ejemplo, entren los excluidos del sistema por la puerta grande. En cualquier caso, si puede ser que todos los ciudadanos, sin distinción territorial, aspiren a mejores prestaciones y servicios, a más calidad de vida, es una simple cuestión de reparto equitativo universal. Se tiene lo que se tiene y se reparte porque la riqueza existe para ser compartida por todos, sin exclusiones. España puede esforzarse aún más en llevar a buen término proyectos económico-sociales, con presupuestos menos politizados, más debatidos y consensuados. Vale la pena el esfuerzo, ganaremos una sociedad más justa y perderemos censo de pobres.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net (26 de septiembre de 2007)

miércoles, 12 de septiembre de 2007

El MUSEO DEL HOLOCAUSTO DE JERUSALÉN: LECCIÓN TRONCAL PARA EL MUNDO


Premiar la ejemplaridad, aparte de ser un acto de justicia es también un modo de hacer camino. En realidad, la vida, que es un colador que clarifica, se mueve bajo ese trayecto de memoria purgante, de conciencia colectiva. El Museo del Holocausto de Jerusalén, recuerdo vivo de una gran tragedia histórica, ha vuelto a ser rememorada y conciliadora estampa, una vez ya depuradas todas las bilis de hostilidad, racismo e intolerancia, y merced al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2007 y al valor de Angela Merkel que lo ha presentado como lección troncal, disciplina a transmitir a las generaciones presentes, y a las futuras del futuro.

El Museo del Holocausto de Jerusalén es una ventana a la meditación que viene muy bien para estos tiempos en los que el caminante, o sea el hombre, a veces no se le considera el camino primero, que no es otro, que el de la salvaguardia y promoción de la dignidad de la persona y de sus derechos, en todas las etapas de su vida y en toda circunstancia política, social, económica o cultural. Todavía hoy se puede verificar el abismo que existe entre “los andares” reconocidos a nivel internacional en numerosos documentos, y “el andar” obligado, sin libertad ninguna. Por desgracia, son innumerables las personas, cuyos derechos son despreciados cruelmente. Este premio viene a refrendar la letra y el espíritu de los derechos humanos, o sea, “los andares” de la igual dignidad de toda persona.

La memoria de los seis millones de judíos víctimas del Holocausto nos deja sin palabras. El silencio nos evoca una riada de llantos. El respeto a la vida no tiene precio. Es bueno recordar, claro que sí, sobre todo para que se desgasten los males y el bien pueda respirar un poco más cada día. El ejercicio de la evocación, no debe ir vestido de venganza o como una bufanda de odio que nos ponemos por montera. Sólo un camino en paz, con sombras de justicia para todos, puede evitar que se repitan los tropiezos, las zancadillas, los terribles golpes de muerte.

El planeta no está en horas bajas por las víboras vestidas de personas, sino por aquellos lagartos de pajarita que permiten la maldad. De entrada, el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación español se ha apresurado a ratificar que confía en que este galardón permita difundir en España y en el mundo la labor extraordinaria de esta institución, (Yad Vashem-Autoridad para la Memoria de los Mártires y Héroes del Holocausto), que ha sabido conferir a la memoria y a la enseñanza del Holocausto de una gran fuerza moral sobre la que sustentar la inalienable dignidad del ser humano, con independencia de su origen o condición. Sin duda, la resonancia de este prestigioso premio a la Concordia, nos hará sentir un poco más humanos ante la advertencia que nos llega de las víctimas del Holocausto y de su cruel testimonio. Toda una lección para el tiempo presente, con sus capítulos vitales: Que todo ser humano pueda vivir porque el bien común gobierna, seguir la voz de su conciencia, adherirse a la religión que elija…; en suma, que no tenga miedo a la sociedad a la que pertenece porque la sociedad le protege.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

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domingo, 9 de septiembre de 2007

El reto de la educación: una responsabilidad colectiva


A punto de comenzar un nuevo curso escolar, la irresponsabilidad de algunos sectores del aprendizaje es manifiesta, aunque bien es verdad que el grado de ineptitud varía de unas comunidades autónomas a otras y, también, de unas provincias a otras; una enseñanza que está en manos de muchos, que pende de lo que se instruye en el aula, pero también en los hogares y en la propia calle. En consecuencia, el reto de la educación es una responsabilidad colectiva. Pienso que la poderosa influencia que ejercen los diversos contextos familiares, territoriales y sociales, debe obligarnos a centrarnos en propuestas educativas de acción conjunta, lejos de propuestas políticas de acción divergente o de idearios que ni los comparte la propia estirpe. No se puede ofrecer un servicio cualificado en desunión y en desajuste con las familias, nos hace falta su implicación total, así como la garantía del Estado hacia colectivos más vulnerables para mejorar su formación y prevenir el grave riesgo de exclusión social, tan crecido en esta sociedad elitista a más no poder y jerarquizada como nunca.

En esa responsabilidad colectiva emerge una sociedad desencantada, que no acaba de encontrar sitio, que lo basa todo en el sistema productivo de unos resultados que nos deshumanizan totalmente, rehusando valores inherentes a la persona que, por desgracia, no están de moda ni venden. Fruto de esa fe ciega en producir para tener más cosas, emerge una sensación de soledad y de vacío interior. Nuestros escolares, que directamente o indirectamente sufren esta esclavitud, no son ajenos y sus miradas suelen respirar amarguras impropias de la edad, actitudes de desconfianza y rechazo, de violencia e incomprensión. En la mayoría de las veces, los padres, ni se enteran o no quieren enterarse; el seguimiento que hacen de la formación de sus hijos –según estudios últimos realizados- desciende vertiginosamente. Ante este fenómeno de pasividad por parte de los progenitores, los centros docentes han de llevar a cabo actividades o planes de formación dirigidos fundamentalmente a ellos, como pueden ser las Escuelas de Padres. El reto, sin duda, radica en estrechar los vínculos hasta formar un todo, entre las comunidades educativas, familiares y fuerzas sociales.

Mal se pueden reducir discrepancias si los eternos problemas de siempre, lejos de resolverse, aumentan o persisten. No pocas familias tienen aún dificultades para ejercer su derecho de elegir el tipo de enseñanza que deseen para sus hijos de acuerdo con sus convicciones. Ahora machaconamente se habla de una educación de calidad, en todos los niveles del sistema educativo, y lo único que impera es el fracaso escolar verdaderamente alarmante, fruto de la devaluación del esfuerzo que sólo aparece recogido como añadidura y poco más, en una ley, que para nada estimula el deseo de seguir aprendiendo. El esfuerzo, además, debe ser algo más que un mero producto, que una cuenta de resultados académicos, debe ser un valor de realización propia y una actitud de mayor servicio a una humanidad globalizada.

Por el contrario, el proyecto educativo, que demanda un alto porcentaje de familias, sigue siendo aquel que desarrolla todas las capacidades del ser humano, lo que se concibe como formación integral y que, sin embargo, en la escuela católica es santo y seña, aunque luego conseguir el objetivo sea también otra cuestión. A propósito, la norma estatal, muy débilmente e inspirándose en los principios y fines de la educación, habla de “la orientación educativa y profesional de los estudiantes, como medio necesario para el logro de una formación personalizada, que propicie una educación integral en conocimientos, destrezas y valores”. Toda escuela que se precie, sea del signo que sea, ha de estar al servicio de la educación integral, lo que conlleva saberes religiosos y morales, cívicos y éticos, filosóficos y estéticos, equiparables con otras disciplinas, puesto que armonizan actitudes fundamentales frente a la vida, consigo mismo y para con los demás. Cuando se da esta acción educativa integradora, y por ende humanizadora, hace posible una personalidad crítica y libre, con capacidad para el discernimiento, no sólo productivo, capacita para optar por el bien y la verdad, por aquellas opciones que favorecen la mejora de la sociedad.

Resulta doloroso ver cómo el cultivo de la interioridad de los educandos importa más bien poco, o nada, en los planes educativos. Sin embargo, cuando las familias y la misma sociedad se desestructura, creo que es sumamente necesario injertar en los alumnos otras sabidurías que no encuentran en su ámbito de convivencia normal, como pueden ser una mayor confianza, razones para amar e incluso para vivir. Las estadísticas se disparan, confirman una juventud depresiva, desilusionada y con fuertes enganches a las adicciones. En gran medida, todas estas desviaciones son consecuencia de esa falta de vida interior, - vida en valores-, de sentido de la responsabilidad y capacidad para tomar decisiones. ¿Cuántos adolescentes, de los que la ley obliga a estar escolarizados, necesitan darle otro sentido a su vida, una orientación a su vivir? Fatídicamente, muchos de ellos, han perdido la fe en el propio ser humano y, lo que es peor, la toma de conciencia de su ser como personas.

La otra fe, la natural, porque el ser humano es religioso por naturaleza, aquella que mueve montañas y de la que por cierto nada dice la actual ley de educación, es también un saber razonable que debiera considerarse, ya que es un conocer que se traduce en expresiones objetivas de valor universal. Atmósfera que, a mi juicio, favorece el clima de convivencia, máxime en una sociedad pluralista que comulga, en demasiadas ocasiones, con las únicas sábanas de la fe a don dinero. Sorprendentemente, el gobierno por su cuenta y riesgo, ha puesto otra fe más mundana, la educación para la ciudadanía, que hasta ahora lo único que ha levantado es la indignación de unos padres responsables que se niegan a que el Estado les suplante como educadores de la conciencia moral de sus hijos. Mal, muy mal, aunque la norma tenga buenas intenciones. Igual que existe la responsabilidad colectiva en el reto de la educación, creo que ha de existir también la responsabilidad colectiva de promover el acuerdo más consensuado. Una disciplina que crispa a los que son garantes de la educación de sus hijos, no tiene sentido que exista. Además, de que no es justo, una educación que está siempre a la deriva del gobierno de turno.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

La impura planta del poder

Hablan por nosotros y nosotros sin habla.
Dicen y nos desdicen y nada decimos.
Se sirven, sin conciencia,
de nuestra conciencia ausente.
Nos poseen y nos pasean a su antojo,
como si fuésemos una burbuja
de nada en la codicia del poder,
y esa pujanza nos reduce al silencio.

No quiero habitar en este imperio
donde la jerarquía se merienda a los pobres.
No quiero, necesito sentir otro poder
más amoroso y un latir más libre.

Adiós, amargos poderes invisibles,
dejad que me vaya, aunque sea al olvido,
quiero llegar alzando la vista
a otros reinos con menos reinados.

Detesto el apetito de potestad y señorío
que sopla con desprecio y exclusión.

Deseo rescatar un contemplar sereno
y recordar la imagen del beso
brotando de las aguas del sol,
cuán dichoso nacimiento,
que sólo este júbilo de nacer seas el amor tú.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net

miércoles, 22 de agosto de 2007

En fase de mejoras y pruebas


Saludos desde ECCLESIA DIGITAL

Informaros que nos encontramos a medio camino en nuestro trabajo de confección de lo que va a ser nuestra-vuestra nueva página. A partir de hoy, las "noticias al minuto" las colocaremos en nuestro nuevo portal. Os invitamos a daros de alta como usuarios en él y a que naveguéis por la página.

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