Homilía en la Solemnidad de San Lorenzo por + Jesús Sanz Montes, ofm - Obispo de Huesca
El Obispo de Huesca y Jaca, Mons. Jesús Sanz Montes, ofm nos envía su homilía en la Solemnidad de San Lorenzo, que pasamos a publicar. Desde Ecclesia Digital le agradecemos el envío y le deseamos unos provechosos días de descanso.
Homilía en la Solemnidad de San Lorenzo
Queridos hermanos que nos hemos reunido aquí en la Basílica de nuestro Santo Patrón San Lorenzo, recibid mi cordial saludo. De modo particular lo hago a mi hermano el Sr. Obispo, D. Damián Iguacén, en una fiesta y en una iglesia en la que tantas veces él predicó y presidió. Saludo al Sr. Vicario General y los demás sacerdotes concelebrantes. A las excelentísimas Autoridades locales, provinciales y autonómicas, así como a las que nos acompañan un año más viniendo de Tarbes (Francia) y Altenkirchen (Alemania). A las religiosas y religiosos, a todos los fieles laicos y a cuantos nos siguen a través de los medios de comunicación. Para todos mis mejores deseos de Paz y Bien.
Una antigua canción medieval de la bella región italiana de la Umbría, conserva todavía hoy un hermoso ritual con el que los cristianos de entonces terminaban el día y se preparaban para un día de fiesta. Las gentes regresaban a sus hogares tras una jornada dura de trabajo en el campo. Venían tatareando sones populares que les recordaban el hogar, el reencuentro con la esposa y los hijos, con los que compartirían la cena y las viejas historias en torno a un fuego apacible. Era un momento de intimidad familiar lleno de magia y de ternura. Afuera, las enormes puertas que rompían la muralla que rodeaba la ciudad, atardeciendo se cerraban. Entonces se entonaba la canción del día ya declinado. Sucedía en Asís, la patria de San Francisco. Trompetas y cantares esparcían al viento su mensaje: que las puertas de nuestra ciudad se cierren para que no puedan asaltarnos los temores de la noche ni los enemigos que maquinan en la oscuridad. Y que los santos, nuestros santos, velen por nosotros, mezan el cansancio de la fatiga de este día, nos permitan descansar con aquellos que amamos y esperar gozosos que amanezca el día festivos que juntos esperamos. Que los santos nos bendigan de parte del buen Dios. Paz. Siempre paz.
Era hermoso este ritual de una ciudad cristiana. Sobre todo porque ponía en juego lo que en cada momento de la historia estaba en danza: el trabajo honrado, la familia como hogar entrañable, la paz ensoñada para todos, los enemigos vigilados al abrigo de la seguridad, y la compañía de los santos como guardianes de la belleza y de la serenidad bondadosa que como gracia cotidiana se volvía a pedir al Señor.
No aludo a este cantar como nostalgia de tiempos pasados, sino más bien como sereno deseo de lo que es de suyo intemporal precisamente por su bondad y hermosura intrínsecas. Cada uno de nosotros volvemos cada tarde a nuestro hogar, señalando la familia como ese espacio en donde somos abrazados sin ninguna trastienda: donde se reconoce en cada uno lo más noble con gratitud, y donde se corrige en cada cual lo más torpe con paciencia. Uno desea y vuelve a desear que ningún asaltante destruya la familia, en nombre de nada ni de nadie, y menos en nombre de la más interesada vacuidad.
Lo he podido comprobar en este año, cuando me he acercado a situaciones de particular desamparo ante desgracias humanas duras como la muerte o la enfermedad, o la pérdida del trabajo. Tenemos muy recientes los últimos absurdos accidentes que a todos nos han entristecido, o la tragedia de quedarse sin empleo casi 400 familias de nuestra ciudad. Llegando estas situaciones, aunque no tengamos palabras porque el silencio acorrala inevitablemente nuestro miedo o nuestro pesar, hay una palabra silenciosa que se dice sin decir, en forma de abrazo, de mirada, dejando que el afecto se haga discreta compañía que acompaña en comunión solidaria un momento difícil. Ahí la familia se muestra como ese hogar entrañable en donde se acoge y se perdona. Romper, falsificar o destruir ese espacio sagrado escogido por el mismo Dios cuando se quiso hacer hombre como nosotros, es romper, falsificar y destruir una entera sociedad. Quienes así lo hacen saben por qué y con qué finalidad.
Pero además, el hogar familiar no es ni en la edad media ni en nuestros días, simplemente un lugar de verdad donde somos abrazados con el más sincero afecto y protegidos de cualquier oscuridad bandolera, sino que además es allí donde somos educados. La palabra educación tiene un precioso significado: introducir en la realidad sabiéndose acompañados, es decir, asomarse a lo que en cada tramo del camino de nuestra vida logramos ver y comprender. Pero para poder crecer y madurar sin ser rehenes de fantasmas pasados o fantasmas por venir, sin ser secuestrados por los fantasmas al uso que merodean el presente, la familia transmite una serie de valores, comunica la herencia de un patrimonio moral que a su vez ha recibido, y acompaña esa introducción en la realidad desde todos los factores humanos: cívicos, culturales y religiosos que legítimamente, sobre todo en el terreno moral, sólo los padres pueden dar. Cualquier tipo de injerencia en este campo, por más que se maquille o por más que se engañe, no dejará de ser una pretensión inconfesada de un intervencionismo incompatible con el respeto y la libertad. Repito aquí también que quienes así lo hacen, saben por qué y con qué finalidad.
Por último, aquella ciudad cristiana invocaba a los santos como una compañía que Dios deslizaba en nuestros vericuetos y encrucijadas para no errar en el camino y para ser protegidos de todo mal. Hoy nosotros lo hacemos de una manera explícita y especial al celebrar a San Lorenzo. Como he dicho en mi carta pastoral con motivo de esta fiesta nuestra, queda atrás todo un año de cosas vividas, todo eso que desde la fiesta de San Lorenzo hace doce meses, nos ha emocionado o aburrido, nos ha hecho verter alguna lágrima furtiva o brindar gozosos por una noble alegría. El paso de los días nos va empujando imparable en esta aventura que es la vida, con todo su encanto, todo su afán, y la agridulce encomienda de saber vivirla lealmente, con Dios y para Él, sin hacerlo contra nadie.
Así irrumpe San Lorenzo en esta encrucijada veraniega de cada diez de agosto. Los sofocos que él sufrió medían otra temperatura en la parrilla de su martirio: la temperatura de su fe ante Dios, la de su libertad ante el prepotente fugaz y la de su amor a los pobres. Son tres perfiles que siempre nos asombrarán en nuestro oscense más universal. Sí, son tres perfiles con los que vemos dibujada en San Lorenzo su gran talla humana y cristiana.
“Buscar cada mañana el rostro de los santos, para encontrar consuelo en sus palabras”, decían aquellos primeros cristianos a cuya generación perteneció San Lorenzo. Porque hay en esos rostros una Belleza que nos permite levantar nuestra mirada hacia algo que vale la pena, hacia Alguien que nos ayuda a vivir y a convivir de otra manera. Y porque hay una palabra que nos consuela sin anestesiarnos, que nos permite encontrar esa verdad que lejos de domesticarnos sólo ella nos hace libres, podemos decir que el secreto de San Lorenzo fue esa Belleza buscada y encontrada, esa Palabra acogida y narrada. Él es testigo de ambas hasta el final.
Como hemos dicho en la oración principal de la Misa, pedimos al Señor mirando a San Lorenzo, amar lo que él amó: amar a Dios con toda la vida, amar la libertad sin ningún temor, y amar a los pobres de todas las pobrezas. Es el grano de trigo que da fruto, que hace fecunda nuestra entrega cuando nos dejamos sembrar en el surco de Dios para bien de la Iglesia y de los hermanos. Este es el testimonio de los mártires, sea cual sea su época y su ofrenda martirial.
Al disponernos a celebrar con alegría la memoria renovada de nuestro santo patrón, le pedimos que nos bendiga de parte de Dios, que podamos gozar serenos unas fiestas que son para todos sin que ningún exceso pueda complicar una fiesta que deseamos gozar en paz, con armonía y con la mejor fraternidad. Vaya mi felicitación, aliento y comprensión a nuestras autoridades que hacen el noble esfuerzo de organizar estos días de festejo laurentino. Ojalá que en este campo como en todos los demás puedan nuestros representantes públicos, desde sus diversas sensibilidades políticas, tejer una sociedad en la que todos podamos vivir y convivir en armonía, en justicia y en paz.
Para terminar, permitidme que me dirija brevemente a nuestros amigos franceses y alemanes que un año más nos acompañan:
Je salue maintenant nos amis de la jolie ville de Tarbes ; nous sommes jumelés avec eux et ils nous accompagnent encore une année. Saint Laurent nous place devant le témoignage chrétien d’un homme qui a aimé Dieu et les pauvres jusqu’à la fin.
Dans le visage des saints nous découvrons une Beauté qui nous permet lever le regard vers ce qui en vaut la peine ; vers Quelqu’un qui nous aide à vivre et savoir-vivre ensemble d’une autre façon. Je souhaite que votre séjour parmi nous soit paisible et gai. Que Dieu vous bénisse! Merçi beaucaup et bienvenue.
Besonders herzlich möchte ich die Freunde der wunderschönen Ortschaft Altenkirchen begrüßen, die uns heuer noch einmal begleiten.
Das Fest des Heiligen Laurentius stellt uns vor ein christliches Zeugnis von jemandem der Gott und die Armen bis zum Schluss geliebt hat. Das Antlitz der Heiligen strahlt eine Schönheit aus, die unseren Blick nach oben zu der wahren Schönheit richten lässt, zu Jemandem, der uns hilft untrüglich unser Dasein und unser Miteinander auf eine andere Weise leben lässt.
Ich wünsche Ihnen allen geruhsame und friedliche Tage unter uns.
Der Herr segne und behüte Euch. Danke schön und willkommen.
Queridos hermanos y amigos, el color de la albahaca pone en nuestras pañoletas el verde de nuestra enseña festiva, y deseamos que su frescor reste calores ingratos y nos acreciente la calidez de nuestro encuentro gozoso. Que la memoria de nuestro Santo nos aúne en una fiesta cristiana de verdadera fraternidad. Que el Señor y San Lorenzo nos bendigan. Felices fiestas.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca
Basílica de San Lorenzo
Huesca, 10 agosto 2007
Homilía en la Solemnidad de San Lorenzo
Queridos hermanos que nos hemos reunido aquí en la Basílica de nuestro Santo Patrón San Lorenzo, recibid mi cordial saludo. De modo particular lo hago a mi hermano el Sr. Obispo, D. Damián Iguacén, en una fiesta y en una iglesia en la que tantas veces él predicó y presidió. Saludo al Sr. Vicario General y los demás sacerdotes concelebrantes. A las excelentísimas Autoridades locales, provinciales y autonómicas, así como a las que nos acompañan un año más viniendo de Tarbes (Francia) y Altenkirchen (Alemania). A las religiosas y religiosos, a todos los fieles laicos y a cuantos nos siguen a través de los medios de comunicación. Para todos mis mejores deseos de Paz y Bien.
Una antigua canción medieval de la bella región italiana de la Umbría, conserva todavía hoy un hermoso ritual con el que los cristianos de entonces terminaban el día y se preparaban para un día de fiesta. Las gentes regresaban a sus hogares tras una jornada dura de trabajo en el campo. Venían tatareando sones populares que les recordaban el hogar, el reencuentro con la esposa y los hijos, con los que compartirían la cena y las viejas historias en torno a un fuego apacible. Era un momento de intimidad familiar lleno de magia y de ternura. Afuera, las enormes puertas que rompían la muralla que rodeaba la ciudad, atardeciendo se cerraban. Entonces se entonaba la canción del día ya declinado. Sucedía en Asís, la patria de San Francisco. Trompetas y cantares esparcían al viento su mensaje: que las puertas de nuestra ciudad se cierren para que no puedan asaltarnos los temores de la noche ni los enemigos que maquinan en la oscuridad. Y que los santos, nuestros santos, velen por nosotros, mezan el cansancio de la fatiga de este día, nos permitan descansar con aquellos que amamos y esperar gozosos que amanezca el día festivos que juntos esperamos. Que los santos nos bendigan de parte del buen Dios. Paz. Siempre paz.
Era hermoso este ritual de una ciudad cristiana. Sobre todo porque ponía en juego lo que en cada momento de la historia estaba en danza: el trabajo honrado, la familia como hogar entrañable, la paz ensoñada para todos, los enemigos vigilados al abrigo de la seguridad, y la compañía de los santos como guardianes de la belleza y de la serenidad bondadosa que como gracia cotidiana se volvía a pedir al Señor.
No aludo a este cantar como nostalgia de tiempos pasados, sino más bien como sereno deseo de lo que es de suyo intemporal precisamente por su bondad y hermosura intrínsecas. Cada uno de nosotros volvemos cada tarde a nuestro hogar, señalando la familia como ese espacio en donde somos abrazados sin ninguna trastienda: donde se reconoce en cada uno lo más noble con gratitud, y donde se corrige en cada cual lo más torpe con paciencia. Uno desea y vuelve a desear que ningún asaltante destruya la familia, en nombre de nada ni de nadie, y menos en nombre de la más interesada vacuidad.
Lo he podido comprobar en este año, cuando me he acercado a situaciones de particular desamparo ante desgracias humanas duras como la muerte o la enfermedad, o la pérdida del trabajo. Tenemos muy recientes los últimos absurdos accidentes que a todos nos han entristecido, o la tragedia de quedarse sin empleo casi 400 familias de nuestra ciudad. Llegando estas situaciones, aunque no tengamos palabras porque el silencio acorrala inevitablemente nuestro miedo o nuestro pesar, hay una palabra silenciosa que se dice sin decir, en forma de abrazo, de mirada, dejando que el afecto se haga discreta compañía que acompaña en comunión solidaria un momento difícil. Ahí la familia se muestra como ese hogar entrañable en donde se acoge y se perdona. Romper, falsificar o destruir ese espacio sagrado escogido por el mismo Dios cuando se quiso hacer hombre como nosotros, es romper, falsificar y destruir una entera sociedad. Quienes así lo hacen saben por qué y con qué finalidad.
Pero además, el hogar familiar no es ni en la edad media ni en nuestros días, simplemente un lugar de verdad donde somos abrazados con el más sincero afecto y protegidos de cualquier oscuridad bandolera, sino que además es allí donde somos educados. La palabra educación tiene un precioso significado: introducir en la realidad sabiéndose acompañados, es decir, asomarse a lo que en cada tramo del camino de nuestra vida logramos ver y comprender. Pero para poder crecer y madurar sin ser rehenes de fantasmas pasados o fantasmas por venir, sin ser secuestrados por los fantasmas al uso que merodean el presente, la familia transmite una serie de valores, comunica la herencia de un patrimonio moral que a su vez ha recibido, y acompaña esa introducción en la realidad desde todos los factores humanos: cívicos, culturales y religiosos que legítimamente, sobre todo en el terreno moral, sólo los padres pueden dar. Cualquier tipo de injerencia en este campo, por más que se maquille o por más que se engañe, no dejará de ser una pretensión inconfesada de un intervencionismo incompatible con el respeto y la libertad. Repito aquí también que quienes así lo hacen, saben por qué y con qué finalidad.
Por último, aquella ciudad cristiana invocaba a los santos como una compañía que Dios deslizaba en nuestros vericuetos y encrucijadas para no errar en el camino y para ser protegidos de todo mal. Hoy nosotros lo hacemos de una manera explícita y especial al celebrar a San Lorenzo. Como he dicho en mi carta pastoral con motivo de esta fiesta nuestra, queda atrás todo un año de cosas vividas, todo eso que desde la fiesta de San Lorenzo hace doce meses, nos ha emocionado o aburrido, nos ha hecho verter alguna lágrima furtiva o brindar gozosos por una noble alegría. El paso de los días nos va empujando imparable en esta aventura que es la vida, con todo su encanto, todo su afán, y la agridulce encomienda de saber vivirla lealmente, con Dios y para Él, sin hacerlo contra nadie.
Así irrumpe San Lorenzo en esta encrucijada veraniega de cada diez de agosto. Los sofocos que él sufrió medían otra temperatura en la parrilla de su martirio: la temperatura de su fe ante Dios, la de su libertad ante el prepotente fugaz y la de su amor a los pobres. Son tres perfiles que siempre nos asombrarán en nuestro oscense más universal. Sí, son tres perfiles con los que vemos dibujada en San Lorenzo su gran talla humana y cristiana.
“Buscar cada mañana el rostro de los santos, para encontrar consuelo en sus palabras”, decían aquellos primeros cristianos a cuya generación perteneció San Lorenzo. Porque hay en esos rostros una Belleza que nos permite levantar nuestra mirada hacia algo que vale la pena, hacia Alguien que nos ayuda a vivir y a convivir de otra manera. Y porque hay una palabra que nos consuela sin anestesiarnos, que nos permite encontrar esa verdad que lejos de domesticarnos sólo ella nos hace libres, podemos decir que el secreto de San Lorenzo fue esa Belleza buscada y encontrada, esa Palabra acogida y narrada. Él es testigo de ambas hasta el final.
Como hemos dicho en la oración principal de la Misa, pedimos al Señor mirando a San Lorenzo, amar lo que él amó: amar a Dios con toda la vida, amar la libertad sin ningún temor, y amar a los pobres de todas las pobrezas. Es el grano de trigo que da fruto, que hace fecunda nuestra entrega cuando nos dejamos sembrar en el surco de Dios para bien de la Iglesia y de los hermanos. Este es el testimonio de los mártires, sea cual sea su época y su ofrenda martirial.
Al disponernos a celebrar con alegría la memoria renovada de nuestro santo patrón, le pedimos que nos bendiga de parte de Dios, que podamos gozar serenos unas fiestas que son para todos sin que ningún exceso pueda complicar una fiesta que deseamos gozar en paz, con armonía y con la mejor fraternidad. Vaya mi felicitación, aliento y comprensión a nuestras autoridades que hacen el noble esfuerzo de organizar estos días de festejo laurentino. Ojalá que en este campo como en todos los demás puedan nuestros representantes públicos, desde sus diversas sensibilidades políticas, tejer una sociedad en la que todos podamos vivir y convivir en armonía, en justicia y en paz.
Para terminar, permitidme que me dirija brevemente a nuestros amigos franceses y alemanes que un año más nos acompañan:
Je salue maintenant nos amis de la jolie ville de Tarbes ; nous sommes jumelés avec eux et ils nous accompagnent encore une année. Saint Laurent nous place devant le témoignage chrétien d’un homme qui a aimé Dieu et les pauvres jusqu’à la fin.
Dans le visage des saints nous découvrons une Beauté qui nous permet lever le regard vers ce qui en vaut la peine ; vers Quelqu’un qui nous aide à vivre et savoir-vivre ensemble d’une autre façon. Je souhaite que votre séjour parmi nous soit paisible et gai. Que Dieu vous bénisse! Merçi beaucaup et bienvenue.
Besonders herzlich möchte ich die Freunde der wunderschönen Ortschaft Altenkirchen begrüßen, die uns heuer noch einmal begleiten.
Das Fest des Heiligen Laurentius stellt uns vor ein christliches Zeugnis von jemandem der Gott und die Armen bis zum Schluss geliebt hat. Das Antlitz der Heiligen strahlt eine Schönheit aus, die unseren Blick nach oben zu der wahren Schönheit richten lässt, zu Jemandem, der uns hilft untrüglich unser Dasein und unser Miteinander auf eine andere Weise leben lässt.
Ich wünsche Ihnen allen geruhsame und friedliche Tage unter uns.
Der Herr segne und behüte Euch. Danke schön und willkommen.
Queridos hermanos y amigos, el color de la albahaca pone en nuestras pañoletas el verde de nuestra enseña festiva, y deseamos que su frescor reste calores ingratos y nos acreciente la calidez de nuestro encuentro gozoso. Que la memoria de nuestro Santo nos aúne en una fiesta cristiana de verdadera fraternidad. Que el Señor y San Lorenzo nos bendigan. Felices fiestas.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca
Basílica de San Lorenzo
Huesca, 10 agosto 2007
Etiquetas: Diócesis
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