domingo, 5 de agosto de 2007

Un nuevo sacerdote en Tarazona


(Tarazona, 5.08.2007). El obispo de la diócesis de Tarazona, Mons. Demetrio Fernández, ha ordenado un nuevo presbítero para su diócesis en la tarde del domingo 5 de agosto, en la Colegiata de Santa María de Borja. Rodeado de 40 sacerdotes concelebrantes, el obispo impuso las manos al diácono José Antonio Zazu Lafuente, que ha completado su formación sacerdotal en el Seminario Diocesano de Tarazona. Ofrecemos a continuación la homilía pronunciada en la ordenación:

* * *

Demos gracias a Dios

La asamblea litúrgica acaba de expresar esta aclamación gozosa al constatar que nuestro hermano José Antonio es llamado por Dios para el orden de los presbíteros. Demos gracias a Dios.

Queridos hermanos sacerdotes, querido José Antonio, queridos familiares y amigos. Bienvenidos todos a esta celebración gozosa de la ordenación sacerdotal, en la colegiata de Santa María de Borja.

Damos gracias a Dios, porque te ha elegido desde toda la eternidad para ser sacerdote de Jesucristo. Damos gracias a Dios, porque te ha conducido hasta aquí. Damos gracias a Dios, porque nos hace testigos y partícipes de este don tan grande para su Iglesia, para ti, para nuestra diócesis de Tarazona.

La vocación sacerdotal no es solamente una opción personal, menos aún una ocurrencia que nos llega inesperadamente ni una idea fija por la que hay que luchar. La vocación sacerdotal es ante todo y sobre todo un don de Dios, es una llamada de Dios. Hemos escuchado en la segunda lectura “Nadie se arroga esta dignidad, sino el llamado por Dios, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se apropió la gloria del sumo sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Hbr 5, 4-5).

Por eso, porque la vocación sacerdotal es en primer lugar cosa de Dios, debemos pedirle a Dios continua e insistentemente que envíe obreros a su mies. No nos cansemos de hacerlo. Y después, una vez recibido este don, es preciso cuidarlo, cultivarlo, acompañarlo, discernirlo prudentemente.

Realizado este discernimiento, el candidato es llamado por el Obispo:
-¿Sabes si es digno?
-Según el parecer de quienes lo presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que ha sido considerado digno.

Ha intervenido la comunidad cristiana. Tus padres, tus hermanos, tantas personas que han colaborado en tu formación, y que hoy te acompañan, sacerdotes, catequistas, maestros, compañeros. No puedo silenciar el influjo de tu madre, Mari Carmen, fallecida hace pocos meses, que hoy se hace intercesora ante Dios.

Y el obispo, como último responsable, te llama en nombre de Dios y con la autoridad de la Iglesia. Acércate sin miedo, querido hijo. Es Dios el que te ha llamado. Él llevará a término esta obra buena que un día comenzó en ti.

Un sacerdote santo

Eres llamado para ser sacerdote santo. Santo es el sustantivo. Sacerdote es el adjetivo. “Esta es la voluntad de Dios: que seáis santos” (1Ts 4,2). Un sacerdote santo hace más bien a la Iglesia que veinte sacerdotes mediocres. Necesitamos sacerdotes santos. La Iglesia necesita sacerdotes santos. El mundo espera que los sacerdotes sean santos. Eres ordenado sacerdote para ser santo. Porque has de ofrecer el santo sacrificio de la Cruz, hecho presente en el sacramento del altar.

Cuando dentro de unos instantes el obispo unja tus manos y las consagre, te dirá:

“Jesucristo el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”. Se prolonga hoy en ti lo que hemos escuchado en la primera lectura: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido” (Is 61,1)

Durante el tiempo en que hemos convivido he podido percibir que Dios te ha concedido el don de la oración abundante. No lo dejes nunca. Ahí está el secreto de una vida santa. El santo Cura de Ars, a quien ayer celebrábamos, dedicaba tiempos abundantes a la oración, y desde ahí trabajaba infatigablemente por los fieles encomendados. Si oras abundantemente, Dios te irá transformando por dentro.

En el ministerio sacerdotal, una de las principales tareas es la oración abundante, como recuerda la liturgia de pastores: “Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”. Dedica tiempos largos a estar con el Señor. Las tareas apostólicas pueden esperar, el estar con el Señor es inaplazable. Haz de la Palabra de Dios tu alimento permanente. Reza la liturgia de las horas completa todos los días. Prepara tu corazón para celebrar la eucaristía. No te olvides de mirar con amor y gratitud a María, en el rezo del rosario, para agradecerle que nos haya dado a Jesucristo y sea nuestra verdadera madre.

Vive con gozo la comunión eclesial. Hoy día hay quienes sienten vergüenza de vivir en comunión con el Papa y con el Obispo propio, y aunque sólo sea en conversaciones informales se glorían de disentir, de oponerse, de ser críticos, como si eso les hiciera ser más. No deja de ser una postura de adolescentes, que se deja llevar del espíritu del mundo.

Tú, sin embargo, vive interiormente y exprésalo continuamente que vives en comunión con el Papa (hoy Benedicto XVI, ayer Juan Pablo II, mañana el que Dios nos dé). Que lees y te adhieres de corazón a sus enseñanzas. Que propones su doctrina como signo de comunión con el Magisterio auténtico de la Iglesia, sobre todo en los temas de fe y de moral. ¿Recuerdas la oración por el Papa, que tantas veces has rezado en tu vida pasada? Sigue rezándola, renovando interiormente cada día tu adhesión al Vicario de Cristo, al “dulce Cristo en la tierra”: El Papa necesita tu oración. Tú necesitas vivir y expresar tu comunión con el Papa. He aquí un punto fundamental de tu vida sacerdotal.

Y lo mismo digo de tu obispo. Hoy, este indigno siervo de la viña del Señor que es ministro de Cristo para consagrarte sacerdote, mañana quien Dios ponga al frente de tu presbiterio. Un presbítero no se entiende sin su obispo, del que es cercano y directo colaborador en la tarea ministerial. No te dejes llevar del comentario fácil, que seca el alma y frena los impulsos apostólicos, de considerar al obispo como jefe de una patronal y a los curas como miembros de un sindicato. La Iglesia es mucho más bella que todo eso. Cuando ahora prometas obediencia y respeto a tu obispo, hazlo con el deseo de vivir sometido por amor toda tu vida al obispo con quien has de colaborar en el ministerio sacerdotal. Considera a tu obispo como un padre, como un amigo, como un hermano mayor. No le tengas miedo, él te tendrá siempre por hijo y por hermano.

Vive tu consagración a Dios en el celibato con delicadeza y esmero. Ni en tus palabras, ni en tu comportamiento, ni en tu porte insinúes nunca que tu corazón no está enamorado del Señor. “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa… me encanta mi heredad” (S 15). Un corazón consagrado al Señor es un corazón libre para amar a todos siempre. La vida consagrada en el celibato te permitirá dedicarte a las cosas de Dios y te hará disponible para ser reflejo continuo de la misericordia de Dios en un mundo en el que tantas personas viven heridas como consecuencia del pecado. Por algo, desde muy antiguo, la Iglesia ha vinculado el celibato al ministerio sacerdotal, por esa múltiple conveniencia a favor de un sacerdocio que hace presente a Cristo Buen Pastor, Cabeza y Esposo de su Iglesia.

Vive entre tus hermanos, sacerdotes y fieles, como el que sirve. “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve… El primero entre vosotros sea vuestro servidor”, hemos escuchado en el evangelio (Lc 22,28.26). El servicio de darles a Jesucristo en los sacramentos, el servicio de atender a las comunidades que se te confíen, el servicio de cargar con sus pecados, como el Cordero de Dios ha cargado con el pecado del mundo, el servicio de la caridad hacia los enfermos, los necesitados, los que sufren. No faltarán momentos en que el servicio consiste en sufrir, sufrir en silencio, sufrir por amor a Cristo y a su Iglesia. Pero siempre te sentirás satisfecho si sirves como lo ha hecho Cristo, no buscando tu interés o tu provecho, sino buscando el bien de las personas que se te encomiendan, el bien de la Iglesia, que de alguna manera se te entrega como Esposa, porque es la Esposa de Cristo.

“Recibe la ofrenda del pueblo santo,
Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras
Y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.

En todo momento descansa en el Corazón de Cristo. “El Señor es mi pastor nada me falta… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (S 22). Él te ha llamado, Él te va a consagrar sacerdote. Él no te dejará nunca. Él te dará en su día la corona de gloria que no se marchita, como a un siervo bueno y fiel.

Que Santa María la Virgen, a quien hoy celebramos como La Virgen de las Nieves, y aquí en Borja es invocada como la Virgen de la Peana, te acompañe ahora y siempre. Amén.

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