jueves, 14 de junio de 2007

EL SANTO SACRIFICIO por Manuel Capetillo


A María Muro,
de quien soy

Sea implorado el espíritu de Amor:
que al mundo descienda
y a nosotros ilumine
al emprender la delicada misión
del sacrificio del Verbo
encomendada a la escritura,
que, en virtud de la Gracia,
en falta sin falta se emprende,
para que ya suceda el encuentro
ideado por el Creador,
desde la eternidad, para el tiempo.



1 Prefacio

Permanezca absorta el alma contrita:
deténgase en los caminos emprendidos
por el ensoberbecido afán
de la mentira invisible,
y acuda pronto a la inmovilidad
del alma misma,
disponiéndose a prestar oído
a la voz que habla la verdad
del sacrificio y del amor a la vida
y al desconocido amor
sin nombre,
el que bien se entrega,
a la vida, al morir.
Dentro de sí, cada ser oiga
el canto del poema
inmaculado e indecible,
de significado secreto y revelado,
escuchándose cada quién a sí mismo
cuando el Silencio permanece dentro
y más nos habla:
préstese oído al canto;
al poema del sacrificio oigan
y escuchen los poemas
de las circunstancias,
que suceden en el transcurrir diario
de la luz solar,
y de la floresta que se consume
y se renueva,
volviendo de nuevo la vuelta
del cirio con la cruz marcado
al original punto del proyecto inesperado.

2 (Del Prefacio)
Cante la voz del agua

Cante la voz del agua
donde el cirio se hunde
año con año: diariamente: a cada instante,
ahora mismo
en el ahora mismo de la eternidad
que desde la eternidad
para la eternidad se prepara en cumplimiento:
escúchese al viento cuando el viento sopla,
y préstese atención a la palabra única
del verdadero orante,
quien de los cielos desciende
para ascender a la Tierra;
y detenidamente dése oídos
a la palabra
que en la hediondez de la muerte
se disuelve a fin de encontrar
a la mujer y al hombre del primer origen,
y a la estirpe hasta la generación postrera:
arda el fuego en el fuego de la palabra
y de su canto en llamas:
elévese a la descendencia numerosa
como las estrellas, como las arenas,
cada quién aceptando dentro de sí
al habla corpórea
que a sí se ofrece a la muerte,
para que todo viva por vez primera.
Encárnese la carne propia con el alma
del alma de la vida,
que hasta la muerte sucumbe,
engañándose entonces
al engaño de la perdición,
el que a sí mismo se extermina al fin.
Miéntase a la mentira:
dése muerte a la muerte,
y que renazca la
palabra del diálogo amoroso:
prepárese el espíritu
a la necesaria perdición
de la soberbia que envenena,
al fatal hundimiento de la tibieza,
de lo que de vida carece,
en el grande lago donde en la nada habita,
siendo nada cierta, la tiniebla eterna
del alejamiento en llamas que se sufre
al apartarse de quien habla
el resplandor de la palabra.

3 Prepárese el alma

Prepárese el alma, prepárese el cuerpo,
el hombre y la mujer, enteramente,
y la mujer y el hombre,
y los ancianos, los infantes,
a la oración del origen que nace,
y que nos nace:
sucumba la muerte
cuando la ofrenda se anticipe y ya suceda,
y sea comido el sacrificio del Verbo,
quien nos devora al ser nuestro alimento. Adentrémonos:
vayamos al interior del templo
y del templo que somos nosotros mismos: dispongámonos a sacrificar la vanidad
y la mentira,
con las que nos edificamos,
permitiendo que la Gracia nos construya
con la vida.
Y detengámonos
antes de que sea cumplido
el único sacrificio verdadero,
del derramamiento de la sangre
creada e increada desde toda la eternidad:
¡dejémonos enamorar por el Misterio!:
pongamos las rodillas en tierra,
inclinemos la cabeza,
reunamos las palmas de las manos
extendidas,
con los dedos juntos, sin tensarlos,
sin que nada de nosotros pretenda
ninguna súplica, sino la de ser arrebatados
por la contrición que brota del amor:
cerremos los párpados
y descubramos la luz
que nos descubre,
que nos inflama, que nos habla
la amorosa palabra en su silencio.
Ábranse las bocas,
y que las lenguas serenas se adapten
a la música de la Palabra
que desciende a ofrecerse en sacrificio:
adéntrese el pensamiento
en la oración penitencial indispensable
que a cada hombre desciende
y bien lo invade:
hágase la obscuridad
en medio de la noche
y dentro de la tiniebla y sus exteriores resplandezca el resplandor del viento
que nos habla.