domingo, 15 de abril de 2007

Buenas prácticas para la mejora de la convivencia escolar


Se busca una solución para los conflictos escolares. A veces se pide la intervención de una tercera persona imparcial, que actúe de mediador en un conflicto para solucionarlo, puesto que los problemas de convivencia no se resuelven con la aplicación de las sanciones correctoras. Un instituto madrileño ha optado por moverse al son latino. Profesores y alumnos comparten pista de baile para mejorar sus relaciones. Otro centro implanta el carné de conducta por puntos para reconducir situaciones. Representaciones teatrales, convivencias en clave de humor, distinciones…; todo parece ser poco para que la paz llegue a las aulas. Frente a todos estos inventos pedagógicos, yo recomendaría, quizás como libro de cabecera, un manual reflexivo sobre el acoso escolar que, aunque se dice para docentes y educadores, lo hago extensivo a los padres. Sus autores, Juan Ignacio Santaella Sáez y Juan Santaella López, no son nuevos en plaza. Llevan tras de sí muchos años de investigación y estudio en temas educativos, convencidos de que la educación es el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, responsable, libre y crítica, que resulta indispensable para la constitución de sociedades avanzadas, dinámicas y justas.

El citado manual (publicado por GOF-Granada) empieza por dar luz a la convivencia escolar y a las causas que la deterioran. Apunta a una serie de claves para aprender a convivir unos con otros, viéndolo como una finalidad esencial de la educación. El conflicto escolar, la violencia y los violentos, sin duda representa uno de los principales retos para los sistemas educativos actuales. Los autores plantean, a mi juicio de manera objetiva y acertada, cómo contribuir al desarrollo de la convivencia en positivo estudiando el proceso que comienza en la educación emocional y culmina en la educación en valores. Ahondan en el acoso escolar, al que delimitan con ciertos requisitos. Básicamente serían los siguientes: “Tiene que existir, por parte del acosador, intención de dañar al otro. Ha de haber un desequilibrio de poder entre el violento y su víctima. La agresión ha de ser persistente, es decir, que se repita con frecuencia. El daño que el acosador inflige a la víctima ha de ser físico, moral o psicológico, o de varios tipos a la vez. La crueldad del agresor ha de quedar de manifiesto, toda vez que somete al otro con voluntariedad y de manera impune”.

El pilar básico del manual (con casi dos centenares de páginas) es el acoso o bullying, con sus fases, indicadores, incidencia actual y efectos, teorías y modelos tanto de intervención como de prevención. Está demostrado que las consecuencias originadas por esa relación de poder, de dominio-sumisión, entre acosador y acosado, son verdaderamente enfermizas. La víctima es la que padece de manera directa los ataques del acosador, y esto provoca en él una serie de miedos, inseguridades y angustias que lo llevan muchas veces a rechazar el colegio e incluso a sentir poca ilusión por vivir. Los resultados son tremendos, los autores del manual así lo participan relatando los sentimientos que, entre otros, experimenta la víctima: “Pierde su autoestima y se considera un ser inservible e inútil. Se siente culpable de los ataques permanentes que recibe. Se muestra inseguro ante sí mismo y ante los demás. Muchas veces cae en una profunda depresión. Siente una angustia permanente por el mal que lo acecha y que no puede controlar. Empieza a tener bajo rendimiento en sus estudios. Cuando ya son mayores, suelen elegir a algún agresor de pareja sentimental, por todos los complejos e inseguridades generadas durante el acoso a que fue sometido durante tanto tiempo”.

Los autores del manual sobre el acoso, Juan Ignacio y Juan Santaella, proponen la distinción entre el grupo de compañeros que integran la clase, que suelen inhibirse ante los ataques, llegando a prevalecer la máxima de “sálvese el que pueda” y el grupo de “amigos” que apoyan al agresor cuando actúa en plan matón. Al respecto de estos últimos, dicen: “Estos grupos cerrados, cobijadores de violentos, suelen terminar ejerciendo la violencia de forma colectiva, y por tanto han de ser desenmascarados, condenados y perseguidos en la escuela. Es altamente preocupante la enorme influencia que los grupos cerrados y carentes de moral pueden ejercer sobre sus integrantes, pues llegan a controlar las actitudes, los pensamientos, las acciones y las conductas de cada uno, y actúan como jueces implacables si alguno o alguna de sus miembros se sale de las normas que el propio grupo se da. El conocer en qué grupo se integra el hijo o el alumno o con quién se reúne en los momentos de ocio, es esencial para reeducar la conducta de muchos adolescentes”.

A veces me pregunto: ¿Cómo podrá convivir lobo con cordero? Estimo que, como bien apunta el manual, la prevención debe ser algo prioritario para frenar conductas violentas. Sin caer en el alarmismo, como tampoco lo hacen estos autores, ratifico su propuesta: “Para eliminar la violencia hay que educar que, consiste en enseñar a los niños y a los jóvenes a vivir, a respetar a todas las personas sean de la condición y de la mentalidad que sean y a tomar decisiones por sí mismos pues no siempre van a tener a sus padres, a sus profesores o a un policía junto a ellos. En la educación no sólo hemos de fomentar el conocimiento, lo cual es muy importante; sino que también hemos de propiciar el desarrollo de la inteligencia emocional y social, es decir, la que nos permite, en el primer caso, controlar y dirigir nuestras emociones y sentimientos, y cultivar una relación placentera y constructiva con las demás personas, en el segundo caso”.

Es cierto que la inteligencia se desarrolla mejor en ambientes inteligentes y en un colegio armónico –como apuntan los autores del citado manual-; en consecuencia, pienso que no está demás que en los programas se tengan en cuenta tiempos de ocio y espacios para la convivencia de todos los miembros de la comunidad educativa. Los conflictos que, a veces, suceden como causa natural de nuestra manera de ser, deben ser transformados en experiencia educativa. Las tutorías, escuelas de padres, encuentros propiciados a todos los niveles (grupal, personalizada y con familias), sin duda constituyen un elemento fundamental para la promoción y mejora del clima escolar. Desde luego, pienso que contamos con un profesorado formadísimo para adaptarse a las nuevas situaciones y superar con éxito las dificultades. Sólo falta que nos impliquemos con ellos y no restemos autoridad a quien nos puede ayudar a encauzar una vida con soluciones adecuadas.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net