martes, 27 de marzo de 2007

¿Cómo van a creer si no estamos unidos?


Aunque no tuve la oportunidad de asistir a la conferencia del cardenal Kasper, si que conozco parte de su pensamiento, tan positivo e intelectualmente agudo e incisivo, sobre la unidad y la necesidad del ecumenismo, la comprensión y la paz no sólo entre las distintas iglesias cristianas sino también el seno de la Iglesia católica. Es loable que el mencionado cardenal afirme que los cristianos entre sí ya no se consideran adversarios. Eso, ciertamente, es muy importante pero en la realidad del día a día observamos contradicciones serias en nuestra propia casa (la iglesia católica). Partimos de la base de nuestras propias deficiencias, pero carecemos, a veces, de ese espíritu de comunión entre nosotros, buscando la coherencia en nuestra vida a través de la tolerancia, el perdón, la comprensión, etc.., Recuerdo aquellas palabras que pronunció en cierta ocasión el papa Juan Pablo II, con su conocida agudeza y conexión mediática; “¿Cómo van a creer si no estamos unidos?”. Para mi esté el fundamento clave para la búsqueda de la unidad ad extra como ad intra, especialmente esta última. Me uno al papa Juan Pablo en esa acertada frase para que la hagamos nuestra en nuestras relaciones internas, de la propia iglesia católica. Cómo van a creer si en nuestra propia iglesia no somos testimonios de unidad, afabilidad y cordialidad?. ¿Por qué en algunas de nuestras parroquias, a veces se aparta, segrega o no se tolera a fieles de unos u otros movimientos, fundaciones, asociaciones,.etc, con aquiesciencia del propio párroco?. Y si ello sucede de un párroco respecto de su vicario, por ejemplo?. Ese es el caso que relató Mercedes Marfá en su carta de 13 de marzo del corriente, y que ratifico íntegramente, porque, también lo conozco y lo he vivido como tantos feligreses de esa parroquia de Barcelona, a la cual pertenezco. Además, como ella bien dice, con el conocimiento de nuestro apreciado arzobispo, que por lo que se ve, si tiene tiempo de asistir, en el palco presidencial a un encuentro de fútbol de máxima rivalidad pero no de ayudar y proteger a un vicario perseguido por su párroco. Deseamos de nuestros obispos la valentía de la verdad en sus funciones esenciales de enseñar, regir y santificar para que de ese modo no sean “perro mudo”. Creo que ellos deben estar al frente del rebaño en toda circunstancia y la defensa de la verdad no es sólo de palabra sino de obra, buscando la defensa de la justicia como virtud clave de en nuestra vida de católicos. La Iglesia o una parroquia en particular no es un cortijo privado sino que, tal como afirma el Concilio Vaticano II, debe ser lugar donde se viva una auténtica comunión eclesial entre todos, incluidos los feligreses y sus pastores, pero cuando ese párroco no se rige por esa auténtica finalidad, se corrompe el sentido profundo de la comunión y entran en juego los pecados más graves, la envidia, los celos, el odio, la intolerancia,.. Desde luego hay demonios que solo pueden ser expulsados con la oración y la mortificación y ahora estamos en especial tiempo para ello. Ojalá pudiéramos llegar a la pascua auténticamente renovados de espíritu y obras.
Por ello, coincido con Mercedes en su relato como en la necesidad de la oración, aunque no necesariamente conjunta. Quizás piense, en una visión algo clerical, que ello fuera la panacea del problema. Sólo que rezaran personalmente y cumplieran con sus rezos de liturgia de las horas, que por cierto es en bien nuestro y de toda la iglesia universal, sería parapeto importante para evitar las celotipias, envidias resentimientos y persecuciones sobre otros. Téngase en cuenta, apreciada Mercedes, que el sacerdote diocesano no es religioso y no tiene que vivir en comunidad, necesariamente, y por ello vive su espiritualidad responsablemente delante de Dios y de sus feligreses bajo la dirección amorosa de su obispo.
Rafael Pérez