Religión y Violencia
Benedicto XVI ha sido centro de atención de buena parte de la prensa mundial a raíz de un párrafo de su conferencia en la Universidad de Ratisbona, donde había sido profesor, ante 1500 profesores universitarios.
En su lección magistral –no homilía ni catequesis- titulada Fe, Razón y Universidad, el Papa ha invitado al diálogo entre razón y religión y negó el uso de la violencia para obtener la fe de los no creyentes –el “o te conviertes o te mato”- y, por tanto la justificación religiosa de la violencia: es imposible la fe no aceptada a través de la libertad. “No actuar razonablemente es contrario a la naturaleza de Dios’ dijo Manuel II Paleólogo. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a encontrar este Logos, esta amplitud de la razón” dijo textualmente Benedicto XVI. Es decir, además de “Deus caritas est”, Dios es amor según el título de su primera encíclica, pero también Dios es razón; la fe en un Dios irracional, árbitro absoluto, fácilmente, en la práctica, puede generar mucha violencia como testifica la historia.
Estos días algunos comentaristas han hecho referencia a hechos históricos, como las Cruzadas, la Inquisición, en que se empleó la violencia para recuperar territorios invadidos injustamente o defender la fe. Estos hechos deben valorarse sin demagogia ni anacronismos que provocarían un juicio desajustado; y al mismo tiempo recordar que la Iglesia Católica es de las pocas instituciones que públicamente ha pedido perdón por sus errores.
No es de extrañar que un discurso tan bien argumentado sobre la naturaleza de la fe haya puesto el dedo en la llaga de aquellos que entienden a Dios como una fuerza irracional. El Papa no se ha retractado de lo dicho. Se ha lamentando de la mala interpretación de sus palabras en la cita de un emperador bizantino del siglo XIV que asociaba la doctrina de Mahoma con la violencia.
Sin embargo, la reacción a sus palabras -de confrontación, con mucha violencia- no es una respuesta de la inteligencia a un razonamiento exquisitamente argumentado; más bien es una respuesta intolerante ante el planteamiento intelectual de la incompatibilidad entre violencia y fe.
Para muchos occidentales, el Papa no estuvo “políticamente correcto” al citar a Manuel II Paleólogo. Quienes piden prudencia y etiquetan sus palabras como un paso en falso –dicen “no esta el horno mundial para bollos”- deben recordar que no se puede pedir prudencia cuando con ella se encubre el propio miedo a la verdad y se cede terreno ante el radicalismo religioso; bien sabemos que el fanatismo islámico, con una artificial suspicacia y victimismo, busca cualquier ocasión para manipularla políticamente.
Por otra parte, para muchos, el silencio de algunos políticos de Occidente, e incluso su disculpa ante la violenta reacción de algunos fanáticos, es una renuncia, posiblemente denigrante, a defender la razón ante la barbarie irracional. Porque, la razón -muy valorada por Benedicto XVI- es la mejor medicina contra la patología religiosa del fundamentalismo.
Sin embargo, estos mismos que callan luego no exigen disculpas cuando se hieren sentimientos religiosos o incluso ellos mismos, en otras ocasiones, arremeten con desprecio –“casposos” y otras lindezas- contra los sentimientos católicos. Uno no puede dejar de pedir menos demagogia y más autenticidad.
Algún escritor ha comparado la finura política de Juan Pablo II con la “inoportunidad” de Benedicto XVI. Pero ¿no se enfrentó Juan Pablo II, con audacia y de modo inequívoco, a los totalitarismos comunistas que, incluso, había padecido en su patria? Benedicto XVI ¿no señalaba en su discurso los peligros del fanatismo religioso, en particular del Islam? ¿No está defendiendo el Papa la libertad de pensar y la libertad de creer? ¿Dejaremos al Papa solo cuando explica con rigor algo tan fundamental e importante para la civilización occidental? Da alegría comprobar que el Papa encara los problemas de nuestro tiempo, como la fe desde la razón, con altura universitaria.
Lo que ha ocurrido es muy distinto al asunto de las caricaturas de Mahoma, condenable por su falta de respeto. En el fondo todos nos damos cuenta que el fanatismo en el Islam, cada vez más creciente, es uno de los problemas de los próximos años para la comunidad internacional. Sin embargo, también sabemos, como lo sabe Benedicto XVI, que la mayor parte del Islam no es fundamentalista.
Carlos Moreda de Lecea
En su lección magistral –no homilía ni catequesis- titulada Fe, Razón y Universidad, el Papa ha invitado al diálogo entre razón y religión y negó el uso de la violencia para obtener la fe de los no creyentes –el “o te conviertes o te mato”- y, por tanto la justificación religiosa de la violencia: es imposible la fe no aceptada a través de la libertad. “No actuar razonablemente es contrario a la naturaleza de Dios’ dijo Manuel II Paleólogo. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a encontrar este Logos, esta amplitud de la razón” dijo textualmente Benedicto XVI. Es decir, además de “Deus caritas est”, Dios es amor según el título de su primera encíclica, pero también Dios es razón; la fe en un Dios irracional, árbitro absoluto, fácilmente, en la práctica, puede generar mucha violencia como testifica la historia.
Estos días algunos comentaristas han hecho referencia a hechos históricos, como las Cruzadas, la Inquisición, en que se empleó la violencia para recuperar territorios invadidos injustamente o defender la fe. Estos hechos deben valorarse sin demagogia ni anacronismos que provocarían un juicio desajustado; y al mismo tiempo recordar que la Iglesia Católica es de las pocas instituciones que públicamente ha pedido perdón por sus errores.
No es de extrañar que un discurso tan bien argumentado sobre la naturaleza de la fe haya puesto el dedo en la llaga de aquellos que entienden a Dios como una fuerza irracional. El Papa no se ha retractado de lo dicho. Se ha lamentando de la mala interpretación de sus palabras en la cita de un emperador bizantino del siglo XIV que asociaba la doctrina de Mahoma con la violencia.
Sin embargo, la reacción a sus palabras -de confrontación, con mucha violencia- no es una respuesta de la inteligencia a un razonamiento exquisitamente argumentado; más bien es una respuesta intolerante ante el planteamiento intelectual de la incompatibilidad entre violencia y fe.
Para muchos occidentales, el Papa no estuvo “políticamente correcto” al citar a Manuel II Paleólogo. Quienes piden prudencia y etiquetan sus palabras como un paso en falso –dicen “no esta el horno mundial para bollos”- deben recordar que no se puede pedir prudencia cuando con ella se encubre el propio miedo a la verdad y se cede terreno ante el radicalismo religioso; bien sabemos que el fanatismo islámico, con una artificial suspicacia y victimismo, busca cualquier ocasión para manipularla políticamente.
Por otra parte, para muchos, el silencio de algunos políticos de Occidente, e incluso su disculpa ante la violenta reacción de algunos fanáticos, es una renuncia, posiblemente denigrante, a defender la razón ante la barbarie irracional. Porque, la razón -muy valorada por Benedicto XVI- es la mejor medicina contra la patología religiosa del fundamentalismo.
Sin embargo, estos mismos que callan luego no exigen disculpas cuando se hieren sentimientos religiosos o incluso ellos mismos, en otras ocasiones, arremeten con desprecio –“casposos” y otras lindezas- contra los sentimientos católicos. Uno no puede dejar de pedir menos demagogia y más autenticidad.
Algún escritor ha comparado la finura política de Juan Pablo II con la “inoportunidad” de Benedicto XVI. Pero ¿no se enfrentó Juan Pablo II, con audacia y de modo inequívoco, a los totalitarismos comunistas que, incluso, había padecido en su patria? Benedicto XVI ¿no señalaba en su discurso los peligros del fanatismo religioso, en particular del Islam? ¿No está defendiendo el Papa la libertad de pensar y la libertad de creer? ¿Dejaremos al Papa solo cuando explica con rigor algo tan fundamental e importante para la civilización occidental? Da alegría comprobar que el Papa encara los problemas de nuestro tiempo, como la fe desde la razón, con altura universitaria.
Lo que ha ocurrido es muy distinto al asunto de las caricaturas de Mahoma, condenable por su falta de respeto. En el fondo todos nos damos cuenta que el fanatismo en el Islam, cada vez más creciente, es uno de los problemas de los próximos años para la comunidad internacional. Sin embargo, también sabemos, como lo sabe Benedicto XVI, que la mayor parte del Islam no es fundamentalista.
Carlos Moreda de Lecea
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