viernes, 17 de febrero de 2006

Sobre el rezo del Santo Rosario


En esta devoción tan arraigada en la Iglesia y tan loada por los sucesivos Pontífices, el magisterio de Juan Pablo II ha resultado extraordinariamente decisivo. La inclusión de los misterios luminosos ha cubierto un hueco que podría apreciarse respecto a la vida de Nuestro Salvador y ha dotado así a la tradicional devoción de una admirable amplitud. Pero no es ese el punto que queríamos tocar.
Cuando hace ya muchos años en el Colegio de los Hermanos Maristas de Sevilla se rezaba el Santo Rosario, al enunciar el Título de cada Misterio, se añadía una frase que expresaba el fruto de aquel pasaje. Y así, si era el Nacimiento, se añadía: fruto: la pobreza; puesto que efectivamente gran pobreza fue la que abrazó Nuestro Salvador desde ese primer instante en el modesto portal de Belén.
Con esa mención se quería expresar que durante el rezo del correspondiente Misterio se tuviera en cuenta la idea que como fruto se había indicado antes. De esa forma al recitado de los correspondientes avemarías podía unirse la reflexión sobre lo que como lección había de derivarse de ese momento de la vida de Cristo.
Como aquella vieja idea me parece fructuosa, quiero indicar aquí las expresiones o frases que como fruto se predicaba de cada Misterio.
Comenzando por los gozosos, la correspondencia era:
1º La Encarnación del Señor. Fruto: la humildad.
2º La Visitación de Nuestra Señora. Fruto: el amor al prójimo.
3º El Nacimiento del Hijo de Dios. Fruto: la pobreza.
4º La Purificación de Nuestra Señora y Presentación del Niño en el templo. Fruto: la obediencia.
5º El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo. Fruto: la diligencia en buscar a Jesús.
Por lo que se refiere a los Misterio dolorosos, la correspondencia era la siguiente:
1º La oración en el Huerto. Fruto: el amor a la oración.
2º La Flagelación de Nuestro Señor. Fruto: la mortificación.
3º La coronación de espinas. Fruto: la aceptación de la humillación.
4º Jesús camino del calvario. Fruto: la conformidad con las penas.
5º La muerte de Nuestro Señor. Fruto: el horror del pecado.
En cuanto a los Misterios gloriosos, no recuerdo en qué términos se mencionaban los frutos respectivos. Ante ello quiero avanzar aquí lo que es mera sugerencia.
1º La Resurrección del Señor. Fruto: el fundamento de nuestra fe.
2º La Ascensión del Señor. Fruto: el desprendimiento de los bienes terrenos.
3º La venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico. Fruto: el amor a los Dones del Espíritu Santo.
4º La Asunción de Nuestra Señor. Fruto: la alegría por su glorificación.
5º La Coronación de Nuestra Señora como reina de ángeles y hombres. Fruto: la confianza en su protección.
Quedan finalmente los Misterios luminosos que, al haber sido introducidos recientemente, exigen una creación personal para poder atribuirles el fruto correspondiente. He aquí nuestra propuesta
1º El Bautismo de Nuestro Señor. Fruto: el amor a nuestro propio bautismo.
2º Su aparición en las bodas de Caná. Fruto: el respeto al sacramento del matrimonio.
3º La Predicación del Reino de Dios. Fruto: el amor a las bienaventuranzas.
4º La Transfiguración de Nuestro Señor. Fruto: la alegría por la manifestación de su gloria.
5º La Institución de la Eucaristía. Fruto: el agradecimiento por este Testamento del amor de Dios a los hombres.
Para terminar, dos breves consideraciones. La primera que las frases que como fruto he indicado podrían corregirse y mejorarse, sobre todo en los Misterios gloriosos y luminosos donde he puesto bastante de mi propia cosecha. Y en segundo lugar que esa idea de considerar, junto a cada misterio, el fruto que puede sacarse de ese pasaje, sería una forma de dar más sentido a esta Santa devoción y de obtener de ella el beneficio que de la misma cabe esperar.
En manos de otras personas más autorizadas dejamos estas modestas sugerencias y recuerdos, sólo movidos por la devoción y amor personal a tan bendita oración. A aquellas manos encomiendo su consideración.

Pedro Luis Serrera Contreras
Abogado del Estado
Sevilla