domingo, 26 de febrero de 2006

“Sois una carta de Cristo” - VIII Domingo del Tiempo Ordinario


La Sagrada Escritura describe la relación de Dios con su pueblo como un compromiso matrimonial. Dios es el Esposo que habla al corazón de los suyos, que se casa con el pueblo “en derecho y justicia, en misericordia y compasión” (cf Oseas 2, 14-20).

El Papa Benedicto XVI, en su encíclica “Deus caritas est” comenta las imágenes atrevidas con las que el profeta Oseas dibuja el amor de Dios; un amor apasionado, fiel y gratuito, que está siempre dispuesto al perdón (cf Benedicto XVI, “Deus caritas est”, 9-10). En verdad, como afirma el Salmista, “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Salmo 102).

Jesucristo hace visible el amor esponsal de Dios. Él es el Novio aguardado, el Esposo que establece, de una vez para siempre, la Alianza Nueva entre Dios y los hombres. Por ello, su presencia entre nosotros convierte el ayuno del mundo en banquete de bodas. La Santa Misa es este banquete nupcial en el que se realiza la unión íntima de cada cristiano con el Señor: “Quien come mi carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él” (Juan 6, 56). Lo que será una realidad definitiva en el Cielo se anticipa así en el sacramento eucarístico.

La unión a Cristo hará posible que se cumplen las palabras del apóstol San Pablo: “Sois una carta de Cristo” (cf 2 Corintios 3, 1-6). El Apóstol presenta a los mismos cristianos como su mejor carta de recomendación. El mundo tiene derecho a poder ver escrita en nuestras vidas esta “carta de Cristo”, porque el lenguaje del ejemplo, del testimonio, de la coherencia, no necesita de grandes interpretaciones para poder ser entendido por todos: “cualquier gente – escribía San Juan de Ávila – por bárbara que sea, aunque no entienda el lenguaje de la palabra, entiende el lenguaje del buen ejemplo y virtud, que ve puesto por obra, y de allí vienen a estimar en mucho al que tales discípulos tiene” (“Audi, filia”, 34).

Somos discípulos de Cristo. De nuestro testimonio depende, en buena parte, que muchos se acerquen a Él viendo lo que su gracia ha sido capaz de obrar en nuestras vidas. A pesar de nuestros defectos, y de nuestros pecados, hemos de sentir la responsabilidad de transparentar el amor compasivo y fiel de Dios; su infinita ternura y misericordia.
Guillermo Juan Morado