domingo, 3 de diciembre de 2006

Al hilo de las garantías de convivencia


Partamos de un hecho tan real como la existencia misma. Por principio, lo humano nos pertenece, aunque sólo sea por mera razón de espectadores. Asimismo nos vinculan las estaciones de la vida, sólo hay que dejarse llevar por el poeta que llevamos dentro. Si el otoño es el tiempo poético por excelencia, donde las metáforas del destino humano nos dan de lleno; diciembre también es algo más que un mes propicio para los derroches y las grandes comilonas, yo lo veo como ese verso que nos inquieta en los labios hasta que lo soltamos. El despertar a la lírica siempre une sentimientos. Activado el corazón, cultivar el propósito de enmienda viene por añadidura. Así se allana vivir (y convivir) con el espíritu de la Inmaculada Concepción de María y esperar al Libertador, al igual que hicieron los abuelos de los abuelos de nuestros abuelos. ¡Cuántas músicas, poemas y relatos han inspirado la atmósfera de diciembre en los pueblos y culturas! ¿Quién desconoce las emociones que evocan estos días? Cuando menos a todos nos salen llamamientos a la paz y a la fraternidad.

Para otros, también diciembre es un mes de refrendo de libertades. No es una señal en vano poner la libertad como signo de avenencia. Evocar la consensuada norma que nos ordena la vida, aquello que un día las Cortes aprobaron y el pueblo español ratificó, aparte de inyectar salud a las reglas de la convivencia, ha de llevarnos a una reflexión, algo que siempre es sano, sobre si es necesario mantener vigente el pacto constitucional y sus principios o cabe alguna modificación. En el fondo, todo este vivo despertar (Navideño-Constitucional) suele ser bien recibido. Estamos llamados a convivir unidos, a vivir en compañía de otro u otros y a mantener ese vínculo sino queremos entrar en conflicto. En cualquier caso, el diálogo, el respeto mutuo, la apertura de miras; siempre será una sensible cuerda. Que el despertador marque las horas y que el último mes del año prosiga en saludable luna para crecer con buena estrella en el venidero, va a depender mucho de nuestro entendimiento; del que fueron, por cierto, unos expertos los padres de la Constitución.

Al hilo de las garantías de convivencia, todos tenemos que poner entendimiento. Lo tienen que poner los mismos cónyuges para mantener la convivencia conyugal, a no ser que les excuse una causa legítima, y también lo tienen que garantizar las leyes conforme a un orden económico y social justo. Dicho lo anterior, convendría preguntarse si cumple hoy la familia su incomparable misión de ser fuente de armonía. También habría que considerar si aún es pilar básico de la sociedad, puesto que algunas corrientes actuales pretenden dejar sin raíces el árbol institucional del matrimonio, entrometiéndose en convicciones morales y religiosas sin competencia constitucional ni autoridad para ello. Nuestra Constitución actual proclama su voluntad –en el preámbulo- de garantizar la convivencia democrática. Otra cuestión sería analizar hasta qué punto es guía de nuestras relaciones y actividades; o, si por el contrario, nos hace falta seguir avivando ideales de comprensión y amistad para que prospere, y no decaiga, el clima de concordia.

Se convive y se aprende a convivir sobre la base de la consideración a toda persona. La familia que hace familia, y convive como tal, lo tiene más fácil. Las experiencias vividas son las que más educan para bien o para mal. Luego entrará en juego la educación que, como dice la Constitución, “ha de tener por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”. Bajo esta premisa, yo me pregunto: ¿Qué alcance concreto puede tener esta declaración cuando, en la actualidad, se apuesta por una educación para la ciudadanía, donde la misma expresión espanta y cada miembro afectado la explicita y describe a su manera? En estos temas, donde se pone en juego la formación y por ende la sociabilidad, pienso que se debe buscar el consenso y no el intervencionismo. Se trata, en definitiva de que el sistema educativo, tan vital para la convivencia, sea respetuoso con las convicciones de cada cultura, a fin de que cohabiten y coexista el diálogo. Me sumo a lo que dijo Platón: “El objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano”. Sin duda, una buena forma de mejorar la convivencia.

Creo que también podríamos ejemplarizar el hecho de que personas pertenecientes a diferentes culturas o tradiciones religiosas, opten por reunirse y colaborar en la construcción de un mundo más tolerante. Su testimonio, como el que nos ha dado el Papa en su viaje a Turquía, es la mejor carta de presentación para que su ejemplo se contagie y la cultura de la convivencia se acreciente. Pienso que nos hace falta contrarrestar el ambiente hostil que a veces se respira, en buena medida generado por pasar de normas morales, con encuentros donde la tolerancia sea algo más que un eslogan que se impone como uniformidad. Esto no mejora la convivencia, puesto que la unidad no puede obviar la diversidad. Todos estamos llamados a entendernos mal que nos pese y las garantías de convivencia democrática han de protegerse y ampararse. Que al menos la convivencia vuelva por Navidad. Haber si nos gusta este amor y nos lo quedamos, como vivencia de que convivir es alargar la vida.


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net