Un viaje delicado pero valiente
El hecho de que la visita del Papa Benedicto XVI a Turquía ocupe gran parte de las noticias de todos los medios de comunicación no es nada extraordinario y menos al considerar el lugar de la tierra que se dispone a visitar. Lo realmente significativo es el cúmulo de opiniones favorables y contrarias que este hecho suscita, máxime si son ubicadas en medio de las democracias de occidente y en especial la de la católica España.
Las tertulias y los análisis políticos que en ellas se desarrollan hablan de inoportunidad, imprudencia e incluso absurdo por parte del Pontífice querer “subsanar el error de su alocución en Ratisbona”. Cargando más las tintas contra Benedicto XVI al hacerle aparecer ante la opinión pública como alguien complaciente con las opiniones vertidas por aquel emperador bizantino al que hizo referencia en su discurso académico.
Son pocos los que en honor a la verdad han situado el discurso del Papa en el plano del diálogo interreligioso y la demanda de tolerancia y entendimiento entre las culturas e ideologías de la tierra. Salvo los círculos eclesiales y algún que otro medio de comunicación, muy pocos se hicieron eco en su día de las disculpas del Papa por si sus palabras, al ser mal interpretadas, podían haber causado molestias en el mundo islámico. Fueron más los que una y otra vez azuzaban el fuego al emitir las interpretaciones que algunos sectores más radicales daban a aquel discurso, sosteniendo el malestar y alentando un mayor enfrentamiento entre grupos religiosos.
Nadie apeló a la libertad de expresión que tan defendida es en otros ámbitos, y mucho menos buscó las interpretaciones que desde círculos más entendidos como los eclesiales podían tener del hecho en cuestión. De lo que se trataba era de alimentar la polémica e incluso engordarla de forma irresponsable, a la vez que paradójicamente, aquellos que públicamente se jactan de ser contrarios a lo religioso se erigían en sus hermeneutas.
Es verdad que todos podemos opinar de lo divino y de lo humano, pero no debemos olvidar que hay situaciones, momentos y temáticas que requieren una prudencia más notable, máxime si esta viene de aquellos que o bien son profesionales de la información o de la vida pública. ¿Qué se gana con la manipulación y el engaño? ¿A quién beneficia el enfrentamiento cultural y religioso? ¿Es que nadie se da cuenta de que las opciones fundamentales de las personas han de ser respetadas y tratadas con la delicadeza precisa, para una convivencia realmente justa y pacífica?
El viaje del Papa a Turquía ha de entenderse en el ámbito pastoral. Ciertamente conlleva una gran carga política, pero hasta esa connotación está más cerca de lo religiosos-ecuménico que de lo puramente político.
La peligrosidad del mismo debería enmarcarse a la de cualquier otro viaje a aquellos lugares donde el cristianismo es minoritario, y no tener un pavor especial porque el Islam conlleve un plus de peligrosidad. Pero para que esto fuera así, harían falta al menos dos compromisos fundamentales. El primero es que el mundo islámico haga valer su voz de moderación, acogida y paz para que nadie utilice su opción religiosa buscando legitimar el uso de la violencia y el terror para imponer su credo. La segunda cuestión es que los informadores y quienes tienen acceso a los medios de comunicación, informen de los hechos con equidad y responsabilidad, sin buscar sensacionalismos que vendan, por medio de la desmesura, la incorrección o la mentira.
Y todos, en cuestiones que afectan a lo más profundo e íntimo del ser humano, como son sus convicciones y opciones personales, busquemos actuar con moderación y prudencia. Que nuestras opiniones y manifestaciones públicas busquen siempre tender puentes entre las legítimas diferencias, sabiendo que en esas actitudes de tolerancia, comprensión y respeto nos jugamos la convivencia cotidiana.
El Papa Benedicto XVI inicia un viaje sin duda delicado e histórico. Que la oración de todos los cristianos se una para que los objetivos pastorales que el sucesor de Pedro ha puesto en manos del Señor, lleguen a buen puerto.
Luís Alberto Loyo
Catedral de Santiago - Bilbao
Las tertulias y los análisis políticos que en ellas se desarrollan hablan de inoportunidad, imprudencia e incluso absurdo por parte del Pontífice querer “subsanar el error de su alocución en Ratisbona”. Cargando más las tintas contra Benedicto XVI al hacerle aparecer ante la opinión pública como alguien complaciente con las opiniones vertidas por aquel emperador bizantino al que hizo referencia en su discurso académico.
Son pocos los que en honor a la verdad han situado el discurso del Papa en el plano del diálogo interreligioso y la demanda de tolerancia y entendimiento entre las culturas e ideologías de la tierra. Salvo los círculos eclesiales y algún que otro medio de comunicación, muy pocos se hicieron eco en su día de las disculpas del Papa por si sus palabras, al ser mal interpretadas, podían haber causado molestias en el mundo islámico. Fueron más los que una y otra vez azuzaban el fuego al emitir las interpretaciones que algunos sectores más radicales daban a aquel discurso, sosteniendo el malestar y alentando un mayor enfrentamiento entre grupos religiosos.
Nadie apeló a la libertad de expresión que tan defendida es en otros ámbitos, y mucho menos buscó las interpretaciones que desde círculos más entendidos como los eclesiales podían tener del hecho en cuestión. De lo que se trataba era de alimentar la polémica e incluso engordarla de forma irresponsable, a la vez que paradójicamente, aquellos que públicamente se jactan de ser contrarios a lo religioso se erigían en sus hermeneutas.
Es verdad que todos podemos opinar de lo divino y de lo humano, pero no debemos olvidar que hay situaciones, momentos y temáticas que requieren una prudencia más notable, máxime si esta viene de aquellos que o bien son profesionales de la información o de la vida pública. ¿Qué se gana con la manipulación y el engaño? ¿A quién beneficia el enfrentamiento cultural y religioso? ¿Es que nadie se da cuenta de que las opciones fundamentales de las personas han de ser respetadas y tratadas con la delicadeza precisa, para una convivencia realmente justa y pacífica?
El viaje del Papa a Turquía ha de entenderse en el ámbito pastoral. Ciertamente conlleva una gran carga política, pero hasta esa connotación está más cerca de lo religiosos-ecuménico que de lo puramente político.
La peligrosidad del mismo debería enmarcarse a la de cualquier otro viaje a aquellos lugares donde el cristianismo es minoritario, y no tener un pavor especial porque el Islam conlleve un plus de peligrosidad. Pero para que esto fuera así, harían falta al menos dos compromisos fundamentales. El primero es que el mundo islámico haga valer su voz de moderación, acogida y paz para que nadie utilice su opción religiosa buscando legitimar el uso de la violencia y el terror para imponer su credo. La segunda cuestión es que los informadores y quienes tienen acceso a los medios de comunicación, informen de los hechos con equidad y responsabilidad, sin buscar sensacionalismos que vendan, por medio de la desmesura, la incorrección o la mentira.
Y todos, en cuestiones que afectan a lo más profundo e íntimo del ser humano, como son sus convicciones y opciones personales, busquemos actuar con moderación y prudencia. Que nuestras opiniones y manifestaciones públicas busquen siempre tender puentes entre las legítimas diferencias, sabiendo que en esas actitudes de tolerancia, comprensión y respeto nos jugamos la convivencia cotidiana.
El Papa Benedicto XVI inicia un viaje sin duda delicado e histórico. Que la oración de todos los cristianos se una para que los objetivos pastorales que el sucesor de Pedro ha puesto en manos del Señor, lleguen a buen puerto.
Luís Alberto Loyo
Catedral de Santiago - Bilbao
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